viernes, 10 de marzo de 2017

El género de la ideología

Para quienes hemos vivido en los años ochenta no es difícil recordar lo que significaba en ese entonces una ideología. No se trataba simplemente de un conjunto de ideas, ni mucho menos de un aparato conceptual inherente a nuestra vida; era un sucedáneo del argumento. En efecto, la ideología se ofrecía como reemplazo del largo y, a veces, penoso esfuerzo de argumentar. Cierto, varios autores pos-marxistas han evaluado el término de ideología y de alguna manera reivindican en término porque después de todo parece que siempre poseemos una ideología a través de la cual vemos la realidad. Zizek dice que "de acuerdo al sentido común, las ideologías son algo borroso que confunde la visión directa; las ideologías deberían ser las gafas que distorsionan nuestra visión y la crítica a la ideología debería ser lo opuesto, algo así como quitarse las gafas para poder ver por fin cómo son las cosas en la realidad... esta es la ilusión definitiva. La ideología no se nos impone simplemente, la ideología es nuestra relación espontánea con el entorno social, como percibimos cada significado y lo demás. En cierta forma gozamos de nuestra ideología". Lo que hace Zizek, y no es el único, es convertir la ideología en un punto de vista, en un sistema de creencias en el que siempre estaremos porque se trata de nuestro espacio natural. Cierto, Zizek trastoca el sentido que se había dado a la ideología como falsa conciencia y nos remite al hecho puro y duro de no poder estar fuera de toda ideología porque siempre tenemos un filtro. En este sentido, de acuerdo a lo dicho por Zizek y a mi introducción, todo es susceptible de hacerse ideológico, para bien o para mal, cuando no ponemos una reserva crítica. Por lo tanto, ¿puede haber una ideología de género? Sí, claro, como también hay, sobre todo en este tiempo, una ideología religioso-fundamentalista que se expande como reguero de pólvora.

Me he dado el trabajo de revisar el currículo escolar en las secciones, que entiendo, son polémicas o confusas. El problema mayor del currículo sería distinguir el sexo biológico y el género. En efecto, en buena parte de visiones compartidas, el sexo biológico es masculino y femenino y esta distinción coincide perfectamente con el género. Pero esta visión se ha convertido en un problema; en efecto, si nuestra visión de las cosas se enfrasca en esta tesis no tendremos cómo dar cuenta de una realidad como la que vivimos desde que existe el ser humano, a saber: hay orientaciones sexuales que no se circunscriben al sexo biológico. ¿Es esto nuevo? Para nada. Lo nuevo es el espacio de reconocimiento relativamente tardío en virtud del cual hemos aceptado que el ser humano es, finalmente, más complejo que lo masculino y femenino. Pero esta distinción, presente en el currículo, felizmente está más allá de antiguas ideas que asumían que la orientación sería definida exclusivamente por la socialización: varios experimentos han fracasado y tenemos muchos testimonios de personas que, después de haber recibido una educación estereotipada masculina o femenina, reconocieron que no se experimentaban como la formación se los había sugerido. Estas situaciones siguen siendo parte de una minoría que, repito, antes no reconocíamos, y menos aun, pensábamos que debían tener algún derecho. 

En este sentido, hace falta evitar situaciones de pánico que revelan intolerancia, pero también hay que evitar que se imponga una suerte de totalitarismo de la minoría. 

Sobre lo primero. Para evitar el pánico hay que señalar con claridad que la distinción entre sexo biológico y género es un hecho que puede corroborarse históricamente y esto no es un problema; es una realidad que hay que acoger y reconocer sin juicios de valor. Servirse de la Biblia para justificar posiciones intransigentes con relación a esta realidad es una vergüenza porque revela que quienes lo hacen no saben leer y que usan la Escritura para comunicar una voluntad de poder. Jesús, no sólo es el hijo de Dios para los creyentes, sino que él mismo se constituye en intérprete de la Escritura y lo hace saliendo de toda literalidad e infundiendo su espíritu para abrirnos a lo que va más allá de la letra, es decir el amor. 

Sobre lo segundo. Para evitar el totalitarismo de la minoría, hay que mantener el principio de realidad y en este sentido lo que debe convertirse en divisa de las sociedades civiles es el bien común. Este es un principio en virtud del cual podemos reconocernos y amarnos sin imponer nuestros derechos particulares en el espacio común. Pienso que el espacio común se fortalece en la medida en que hacemos valer nuestros deberes para con los demás. Decir esto es complicado porque estamos muy rezagados en términos de nuestros derechos y esto ha obligado a muchas minorías a salir a reclamar lo que les corresponde frente al Estado, a la sociedad y a Dios. Pero nos hemos contagiado de un ánimo un tanto irracional en el que los deberes se diluyen en virtud de justos reclamos de derechos. Si al Estado le toca asegurar los derechos y lo hace bien, los demás podremos dedicarnos cada vez más y mejor a desarrollar nuestros deberes y, sobre todo, podremos dedicarnos al deber que excede todo deber: el amor. 

Así pues, que el Estado haga su trabajo y que lo haga bien y nosotros, la sociedad civil, podremos hacer también lo que nos toca. El currículo es, en este sentido, una oportunidad y no hay que temerle a menos que sintamos que no estamos cumpliendo con nuestro deber en casa. 

sábado, 6 de agosto de 2016

13A Ni una menos

Este día 13 de agosto lo vamos a recordar todos. Una de las características de una sociedad que vive bajo tutela es que no tiene capacidad para organizarse, para manifestarse. Pero una acción de este tipo es la mejor muestra de que la sociedad civil ha ido haciéndose cada vez más dueña de su destino. 

Las mujeres se manifiestan porque durante siglos se ha vehiculado una imagen terrible de la mujer: objeto, subordinada, llena de fragilidades, etc. Ya no es suficiente con decir resignadamente como se ha hecho muchas veces "es que las sociedades latinoamericanas son machistas"; en adelante decir eso y sentirse satisfecho será mediocridad y estupidez. Por supuesto que nuestra sociedad es machista, pero no se puede aceptar como hecho inamovible. Los males sociales, como el machismo, existen porque han sido capaces de reproducirse a lo largo de años de permisibidad y de complacencia. Para erradicar, o por lo menos tener a raya, el machismo habría que poner en revisión la imagen de la mujer que circula como parte de nuestro inconsciente colectivo. Y pienso que para que haya una imagen justa de la mujer hay que confrontar al machismo imperante con todas sus pobrezas.

En este sentido, el machismo es conservador porque quiere mantener su hegemonía. Machismo que exacerba los sentidos con reggetones que explícitamente incitan a la violencia sexual ; machismo de los baños de "caballeros" donde a despecho de algunos la horda allí congregada grita a voz en cuello su virilidad; o del prepotente que se impone porque es más fuerte; machismo del que el burdel forma parte de su natural porque "tiene necesidades"; o del que conserva y mantiene a su mujer y a la sucursal con la complicidad de los "amigos" incapaces de decirle que debe ocuparse de los suyos. Denso, ¿no? Pero si no atacamos al machismo en su estilo de vida, no cambiaremos la percepción sobre la mujer y la "cultura" de la frivolidad seguirá garantizando que la mujer sea tratada como prolongación exitosa del bacán, o como utensilio de cocina, o como cualquier otro objeto cuya dignidad resulte anecdótica.

¿Cómo ha venido a durar tanto tiempo el machismo entre nosotros? En primer lugar porque se ha introducido en la psique, en el lugar en el que se producen los deseos y se ha convertido en un producto consumible. ¡Cuántos años hemos soportado las absurdas publicidades de la cerveza Cristal! Es verdad, parece que ya no lo hace, pero todavía lo recordamos, ¿no? Lo digo a propósito de ese concepto manido de recordación de la marca. Si no fuera por la formación que recibí en mi casa y en el colegio probablemente creería que "mujer" es el nombre de un objeto más o menos articulado y que se puede consumir a granel sin perjuicio ninguno. En segundo lugar, el machismo se enquistó entre nosotros porque se vinculó con el humor criollo cuya chispa celebramos con frecuencia. Ese humor merecería otro tanto de estudio porque nos ha hecho sobrevivir en tiempo de crisis, es verdad, pero su permisibidad es nefasta. El humor criollo puede convertirse en una herramienta legitimadora de los abusos contra la mujer porque, después de todo, puede dar risa (a mí, por cierto, no me da risa). En tercer lugar, lamento decirlo, pero creo que algunos medios de comunicación tienen responsabilidad directa en el fortalecimiento de las estrategias machistas. Puedo poner ejemplos si me lo permiten. ¿Por qué la famosa página de malcriadas en algunos diarios (el Trome) o revistas (como Caretas)? Quizás eso no llegue a ser pornográfico, pero sí es vulgar y condena a la sociedad a consumir sin un mínimo de exigencia. No se niega que pueda haber en la cultura una referencia a lo erótico que guarda, sin duda alguna, una relación con lo estético, pero no me digan que poner malcriadas en las últimas páginas tienen algo de estético. Más bien forma parte del mismo conservadurismo (en este caso conservar el consumo medio para seguir vendiendo) del machismo que ya se ha agotado. En este sentido, liberarse del machismo exige imaginación para reinventar hasta el modo de vender diarios.

Ignacio de Loyola solía decir que el mal actúa tratando pasar desapercibido, o sea caleta, pero que se desinfla en cuanto de pone en evidencia, es decir cuando le dicen: "ampay". Este es el comienzo de su desmontaje. Cuando las mujeres deciden marchar en la calle y dicen "basta" ponen en evidencia todas las pobrezas de los machismos de antaño y comienzan a desarticular las estrategias tejidas a lo largo del tiempo por el mal. 

Para que no parezca que sólo me quedo en el problema quisiera terminar con algo positivo: no habría manifestación el 13 de agosto si no fuera posible cambiar las cosas; si no hubiera entre nosotros la capacidad de mirar las limitaciones y de proponernos hacer mejor las cosas, pero la toma de conciencia supone a veces más tiempo del que creemos.


domingo, 21 de febrero de 2016

Robando el cielo

Toda religión tiene alguna noción análoga a la salvación. En términos muy elementales, la salvación es una situación específica de felicidad incomparable. Para acceder a la salvación, las religiones se articulan en torno a tres mediaciones características: una comunidad, una ley y un camino. En efecto, como señaló Michel Meslin, toda religión se aglutina en torno a una comunidad, se estructura en virtud de una ley y ofrece un sentido, un camino. Estas tres mediaciones se agrupan para orientar al creyente hacia un fin determinado que hemos convenido en llamar "salvación". 

Hay que decir que las religiones no han inventado el sentido último de salvación. Se trata de un "dispositivo" propio del ser humano. Me atrevería a decir que existe una regla de proporcionalidad: tanto más experimenta el ser humano su estado de contingencia, de finitud tanto más aspira a un sentido que está más allá de dicha experiencia. No se trata de una simple negación de la contigencia a través de un juego de inversión. La finitud misma alberga un más allá sin el que no sería posible reconocerse como contingente. Esto es precisamente lo que llamamos sentido: junto con el hecho de la conciencia de la contigencia sobreviene un sentido último. Es decir, en un hecho de contingencia viene el hecho de su exceso como reverso de lo mismo. Ese exceso que albergamos es lo que anuncia el deseo de salvación.


La salvación puede expresarse en términos de un conocimiento profundo de sí mismo o como una vida después de la muerte, pero lo cierto es que, estas nociones reflejan que existe una esperanza muy propia del género humano y que revela un intenso deseo de felicidad.


Pero ¿a quién parece importar la salvación en nuestro tiempo? ¿Alguien se atormenta acaso con la posibilidad de los horrores de la condenación? ¿Alguien pierde el sueño imaginando cómo hacer para salvarse? ¿Alguien ha conservado este deseo de exceso que va más allá del hecho de la contingencia? En efecto, la respuesta es no. En algún sentido, debemos alegrarnos de saber que no nos atormentamos con la idea de la condena. Pero la salvación, como deseo y deseo de excedencia, ¿no se ha perdido también?¿Acaso hayamos encontrado la forma de responder a este deseo que excede nuestra finitud o contingencia? Y si es así, ¿qué es lo que lo habría reemplazado? En la mayor parte de los casos, ese deseo ha sido reemplazado por productos, constructos, objetos y cosas que parecen robar el deseo de exceso y lo llenan a pesar de que este no se identifica con ninguna de las cosas, objetos, constructos o productos que han venido a saturar nuestra vida. 


Más allá de Freud, el ser humano es deseo. Este revela, es verdad, una carencia, una finitud, pero lo hace porque evidencia un apetito por un más allá. Alguno podría decir que se trata de un espejismo y que del hecho de desear un más allá no se sigue que éste exista. Es verdad, pero hay que reconocer que las sociedades contemporáneas han producido un conjunto de objetos a la medida de este deseo para ofrecer un bálsamo, y eso da que pensar. Lo que hacen las religiones es insistir en que este deseo es un hecho y que es también un hecho experimentarlo, pero pretender satisfacerlo con lo que producimos nosotros mismos (como lo hace la sociedad de consumo) no es más que un esfuerzo banal por tapar una realidad que ha producido admiración desde siempre. 

viernes, 15 de mayo de 2015

Contra pusilanimitatem

El título me lo sugirió una antigua referencia que explica el sacramento de la confirmación en términos salir de un espíritu de pusilanimidad. Pero no me interesa ahora referirme al sacramento, sino al sentido que se encuentra detrás de la pusilanimidad que caracteriza al catolicismo en el Perú. En efecto, entiendo que nuestra idiosincracia tiende a estandarizar formas de estar en la vida que funcionen, aún a riesgo de que sea mediocremente. Esto es lo que ocurre con lo que quiero llamar el catolicismo estandarizado en el que un amplio sector se ha acostumbrado a estar. Entiendo que este modelo es pusilánime, enclencle o mediocre cuando no experimenta movimiento. Es pusilánime cuando, carente de cultivo, se queda en la visión infantil que recibimos todos desde el catecismo. No puedo determinar con seguridad que las migraciones de católicos hacia otras religiones, y sobre todo, hacia el ateísmo descansen en esta falta de cultivo, pero es el caldo de cultivo ideal. 

Acaso la clericalización de la Iglesia sea la primera causa de esta debilidad y de esta costumbre que consiste en no detenerse a pensar la fe. Lo que reclamo, con cierta preocupación, es que el creyente se ocupe de pensar lo que cree y no se permita a sí mismo el ocio de conformarse con respuestas a la medida de la infancia. La consecuencia directa de esta pusilanimidad es la fragilización del mensaje evangélico que ha pasado así a ser peligrosamente un instrumento para reproducir el statu quo.  

Contra pusilanimitatem: estar en contra de algo no es suficiente para considerarse un ser vivo. Es una falsa causa y revela una forma de abstracción. Pero estar contra la fe mediocre es una excelente manera de comenzar a profundizar en nuestra relación con Dios sin conformarse con respuestas que nos dejen tranquilos en nuestra posición despreocupada. Más vale no ser católico que ser uno que se conforma con mínimos.  

domingo, 8 de marzo de 2015

¿Cómo demostrar la existencia de Dios?

En el mes de diciembre del año pasado tuve un diálogo en torno a la moral atea con Helmut Kessel, que fue animado por Víctor Andres García Belaunde. Al comenzar el diálogo me preguntaron si podía demostarse la existencia de Dios. Mi respuesta fue automática y fue en este sentido: no es posible y pretender hacerlo es una pérdida de tiempo.

Algunas personas que no tengo el gusto de conocer alegaron en contra de mi afirmación por ignorar en apariencia o, por lo menos, por no servirse de los argumentos que desarrolla sobre todo la teología natural para demostrar la existencia de Dios. Quisiera explicar porqué considero que no es posible demostrar la existencia de Dios y porqué es una pérdida de tiempo querer hacerlo. Aclaremos, sin embargo, que negar la demostración no pone en absoluto en cuestión la existencia de Dios.  

1. Partamos del principio. Los clásicos argumentos desarrollados por la teología natural para "demostrar" la existencia de Dios no pretenden desarrollar una demostración en el sentido científico contemporáneo. Quienes usaron este recurso creían perfectamente en Dios y se dirigían a un público que no hubiera tenido ni siquiera la tentación que pensar que Dios fuese una quimera. Propiamente hablando, la intención de demostrar la existencia de Dios aparece en la filosofía cartesiana en el siglo XVII. Pero aún allí habría que decir, a favor de Descartes, que él considera que Dios es una evidencia racional, por lo tanto qué necesidad habría de esgrimir una prueba. 

2. Las pruebas son inútiles. Contemporáneo de Descartes, pero en las antípodas de éste, Pascal ofrece un balance sumamente crítico de todas las pruebas. Las pruebas son inútiles y no convencen a nadie, dirá Pascal. Y sostendrá que lo único que podría ser digno de llamarse prueba (pero no lo es en el universo de la teología natural) es el testimonio o la prueba moral. Dicho de otro modo, la existencia de Dios se acepta a través de la experiencia de una vida coherente. En este sentido, las pretendidas pruebas para demostrar la existencia de Dios son charlatanería. 

3. La finalidad de las "pruebas". Las pruebas que se desarrollaron sobre todo hasta el siglo XVII (aunque existen nuevas versiones y nuevos intentos como los de Lane Craig) tenían otra finalidad. Cuando Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, desarrolla las cinco vías para probar la existencia de Dios, hay que considerar que se trata de un creyente que se dirige a creyentes; no se puede hacer una abstracción de este espacio de comprensión, de este espacio "hermenéutico". Si esto es así, la finalidad no es probar que Dios existe como lo hace la ciencia desarrollando un procedimiento empírico-racional para poner en evidencia la verdad de una teoría. La finalidad de San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás, entre tantos otros es dar cuenta de lo que se cree, explicarse la coherencia de lo que se cree.

Pero las pruebas tienen una debilidad respecto de la cual los medievales tenían clara conciencia: no es posible operar una reducción lógica de la existencia de Dios. Deus est semper maior y pensar lo contrario, como lo pretenden algunos neo-teístas, es un error. Estos últimos pretenden demostrar la existencia de Dios y recurren a una creencia distinta de la profesada por la mayor parte de autores a los que se refieren acaso por un desliz en la lectura de los mismos. 

lunes, 19 de enero de 2015

Ser o no ser Charlie. Otro dilema moral

Hace ya algunos días vimos en las noticias los niveles a los que puede llegar la barbarie del ser humano. La respuesta no se hizo esperar. No sólo me refiero, por cierto, a la eficacísima intervención policial, sino principalmente a las movilizaciones pacíficas en la capital de Francia y en otras varias ciudades europeas. Bajo el lema "yo soy Charlie" millones de personas se solidarizaron e hicieron un bloque común contra la violencia. 

Durante mis ocho años en París, siempre me impresionó la capacidad de los europeos para reaccionar frente a los mecanismos antidemocraticos. Y no sólo me impresionaba, siempre lo celebraba con una secreta añoranza de lo que quería que ocurriera en esta parte del mundo. Pero hay que interpretar bien esta campaña de "yo soy Charlie", porque no creo que ella quiera avalar una forma de entender la libertad que, reconozcámoslo, es deplorable. Me he tomado varios días para mirar las caricaturas de Charlie Hebdo y después de un análisis estoy inclinado a pensar que es difícil entender este humor corrosivo; no creo que sea comprensible fuera de ciertos márgenes culturales y aún en su propio ámbito y espacio, sospecho que tendría muchos detractores. 

La sátira que usa este semanario es agresiva. Juzgar que es agresiva, me parece, es lo mínimo que puede afirmarse, sin abandonarse a la susceptibilidad. Estas caricaturas no se refieren a personas, sino a formas de estar en la vida, a formas de ser, es decir a creencias que son omniabarcantes y que involucran a grupos de personas. Parecería que lo políticamente correcto tendría más cuidado con las minorías que con los grandes sistemas de creencias. Y si es así, ¿tiene la prensa libertad o patente de corso para tomar al creyente como punching bag? ¿Es suficiente decir que sus carátulas escogían a diferentes objetivos y que criticaban a cualquiera? ¿No es acaso cierto que la sátira puede devenir en un instrumento que hace manifiesta la intolerancia o incluso el racismo? ¿No se han dado cuenta acaso que la religión representa también una cultura? Y por último, ¿cuándo afirmo que soy Charlie justifico también la subrepticia y a la vez descarada intolerancia frente a la religión? 

Pues ser Charlie no permite avalar formas de actuar que son objetivamente cuestionables y lamento que la reacción contra la violencia no deplore también el exceso de libertad, o mejor dicho, la negligencia en el uso de la libertad. Según mi modesto entender, sería vital que las autoridades competentes expresaran una palabra sobre una violencia intolerante que se escuda en una mala comprensión de la libertad de prensa. ¿Por qué? Porque de no hacerse, quienes no son Charlie, pero comparten una cultura reinvindicarán de una manera cada vez más exaltada su modo de ser. Quienes dieron muerte violenta a las doce personas en Charlie Hebdo estaban enfermas. No cabe duda. Además de fundamentalistas, estaban fuera de la realidad. Pero quienes creemos, y lo hacemos enseñando tolerancia y tenemos una sana dosis de humor e ironía no podremos estar de acuerdo con ninguna de las dos violencias aun cuando sean entre si incomparables.

Hace poco y en referencia a lo ocurrido recientemente en Paris, el Papa Francisco sostuvo que si alguien hablara mal de su madre reaccionaría dando un golpe. Las críticas no se hicieron esperar e hicieron una lectura sorpresiva: más bien debería mostrar la otra mejilla, dijeron. 

A mi modo de ver, esta crítica puede disolverse de dos modos. El primero develando un sentido menos usual de la frase bíblica y el segundo entendiendo adecuadamente lo que dijo el Papa. 
1. Partamos por la Biblia. El fundamentalismo descansa sobre interpretaciones de carácter literal de la Biblia (o de cualquier libro sagrado). ¿Qué significa esto? Significa que cuando se cita a la Biblia debe observarse el contexto. La dificultad de interpretar la Biblia está, entre otras cosas, en que es necesario obedecer a la intra y a la intertextualidad. En el caso concreto, tanto Lucas como Mateo tienen una frase análoga sobre la mejilla. Mateo, sin embargo, se refiere a una acción judicial que rompe la ley del Talion; Lucas se refiere a una agresión sufrida y ante la cual puede resistirse sin violencia. Para el presente caso, entiendo que se aplica mejor el texto de Lucas. Con todo, el único pasaje bíblico en el que Jesús recibió una bofetada es durante la pasión (Jn. 18,22) y no ofreció la otra mejilla, sino que puso en evidencia la irracionalidad del castigo. En este sentido, y dejando de lado la letra del texto, poner la otra mejilla significa resistir al mal y a la violencia y oponerse a ella sin usar sus formas. 
2. Lo que dijo el Papa. Habría que estar muy confundido para pensar que el Papa desearía de algún modo incitar a la violencia. Admitamos que el símil no es el más feliz, pero es evidente que lo que está diciendo es que la relación que establece el creyente con sus creencias es tan vital y afectivo como el que tiene el ser humano con su madre. Este recurso es una simple analogía que no pretende justificar la brutalidad del asesinato, pero que tampoco puede hacerse de la vista gorda frente a la agresión de Charlie Hebdo. 

Ser Charlie es rechazar la barbarie; no ser Charlie es rechazar la intolerancia. Y en ambos casos, lo único que no admite dudas es que la paz necesita de todos.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Al final del 2014

El evangelio del 25 de diciembre trae el solemne inicio de San Juan: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Frente a los otros tres evangelios que describen la historia de Jesús al familiarizarnos con las condiciones de su venida, este evangelio “completa” la información y eleva la descripción hasta el origen divino, hasta un origen no conmensurable. Por la pluma de San Juan podremos entender lo que señala el areopagita: "el ser de todas las cosas es la divinidad que está por encima de todos los seres" (Scoto: 253). Y es que, en efecto, El (Jesucristo) desciende solo y asciende con una multitud. "De los hombres ha hecho dioses quien siendo Dios se hizo hombre" (Scoto: 307). Este es también el destino de cada uno.  

Aunque es San Mateo quien hace manifiesta la genealogía de Jesús, Lucas y Marcos se sitúan en una perspectiva análoga a la suya que consiste en precisar cómo fue el nacimiento de Jesús: hay más detalles, más descripciones, más narrativa. Es como si quisieran responder al creyente de aquel momento que se pregunta de dónde procede su fe. Y la respuesta se reconoce en la narración: la fe viene de más atrás, por eso hay que hacer historia, especialmente si esto supone detenerse en una genealogía. En el lenguaje bíblico la sucesión de nombres en la genealogía no es banal.
  1. 1. La genealogía está asociada al engendramiento. Cada nombre viene de otro que lo precede y al recomponer esta generación podemos ver un hilo compuesto de personas que se conservan unidas entre sí. Se funda de esta manera una solidaridad. Jesús está igualmente asociado por solidaridad con un grupo, con un pueblo y con una cultura, pero al mismo tiempo hay un salto, una ruptura a la que me referiré enseguida.
  2. 2. Estas generaciones constituyen la historia. La historia no es el conjunto de hechos, sino el conjunto de nombres cuyos rostros evocan también la presencia de Dios. Las generaciones se unen para “cantar a Dios y sus obras” (Sal. 145,4). Pero si lo que nos une es esta solidaridad, también habremos de ver que estamos unidos a una generación bendecida o que ha rechazado a Dios.

Hay más de una moraleja a extraer de la idea de la genealogía. Solemos pensar en el tiempo como un depósito en el que ponemos hechos; los hechos del año transcurrido, por ejemplo. Pero esta visión tal vez no nos haga ver que somos actores de los hechos; mejor todavía, que estamos llamados a ser actores y que en cada fragmento de tiempo ha habido numerosos actores. Cada nombre en la genealogía despliega una singularidad que permite entender no sólo que estamos en el 2015, sino de qué modo estamos en él. No debería terminarse un año de nuestra vida sin mirar de dónde venimos. Y venimos de muchas voces. Muchas han sido motivo de consuelo; pero también está esta otra parte que ocurre, a veces a despecho de nosotros, y respecto de lo cual no podemos eximirnos. Sólo en este secreto reconocimiento sabremos confrontarnos con las dimensiones más duras y cruentas de nuestra historia para exigirles finalidades. Negarnos a confrontarnos con estas dimensiones, es olvidar que estamos atados a nuestra genealogía por lazos que exceden la sangre y es además condenarnos a no poner las finalidades que harán advenir el Reino de dioses constituido por el Primero y el Unico.