miércoles, 31 de diciembre de 2014

Al final del 2014

El evangelio del 25 de diciembre trae el solemne inicio de San Juan: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Frente a los otros tres evangelios que describen la historia de Jesús al familiarizarnos con las condiciones de su venida, este evangelio “completa” la información y eleva la descripción hasta el origen divino, hasta un origen no conmensurable. Por la pluma de San Juan podremos entender lo que señala el areopagita: "el ser de todas las cosas es la divinidad que está por encima de todos los seres" (Scoto: 253). Y es que, en efecto, El (Jesucristo) desciende solo y asciende con una multitud. "De los hombres ha hecho dioses quien siendo Dios se hizo hombre" (Scoto: 307). Este es también el destino de cada uno.  

Aunque es San Mateo quien hace manifiesta la genealogía de Jesús, Lucas y Marcos se sitúan en una perspectiva análoga a la suya que consiste en precisar cómo fue el nacimiento de Jesús: hay más detalles, más descripciones, más narrativa. Es como si quisieran responder al creyente de aquel momento que se pregunta de dónde procede su fe. Y la respuesta se reconoce en la narración: la fe viene de más atrás, por eso hay que hacer historia, especialmente si esto supone detenerse en una genealogía. En el lenguaje bíblico la sucesión de nombres en la genealogía no es banal.
  1. 1. La genealogía está asociada al engendramiento. Cada nombre viene de otro que lo precede y al recomponer esta generación podemos ver un hilo compuesto de personas que se conservan unidas entre sí. Se funda de esta manera una solidaridad. Jesús está igualmente asociado por solidaridad con un grupo, con un pueblo y con una cultura, pero al mismo tiempo hay un salto, una ruptura a la que me referiré enseguida.
  2. 2. Estas generaciones constituyen la historia. La historia no es el conjunto de hechos, sino el conjunto de nombres cuyos rostros evocan también la presencia de Dios. Las generaciones se unen para “cantar a Dios y sus obras” (Sal. 145,4). Pero si lo que nos une es esta solidaridad, también habremos de ver que estamos unidos a una generación bendecida o que ha rechazado a Dios.

Hay más de una moraleja a extraer de la idea de la genealogía. Solemos pensar en el tiempo como un depósito en el que ponemos hechos; los hechos del año transcurrido, por ejemplo. Pero esta visión tal vez no nos haga ver que somos actores de los hechos; mejor todavía, que estamos llamados a ser actores y que en cada fragmento de tiempo ha habido numerosos actores. Cada nombre en la genealogía despliega una singularidad que permite entender no sólo que estamos en el 2015, sino de qué modo estamos en él. No debería terminarse un año de nuestra vida sin mirar de dónde venimos. Y venimos de muchas voces. Muchas han sido motivo de consuelo; pero también está esta otra parte que ocurre, a veces a despecho de nosotros, y respecto de lo cual no podemos eximirnos. Sólo en este secreto reconocimiento sabremos confrontarnos con las dimensiones más duras y cruentas de nuestra historia para exigirles finalidades. Negarnos a confrontarnos con estas dimensiones, es olvidar que estamos atados a nuestra genealogía por lazos que exceden la sangre y es además condenarnos a no poner las finalidades que harán advenir el Reino de dioses constituido por el Primero y el Unico. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

El ser humano desde la espiritualidad

¿Qué decir del ser humano desde la espiritualidad? La espiritualidad es el sentido de profundidad en nuestra vida. Al margen de toda religión podemos decir que somos espirituales y esto no quiere decir, como alguna vez lo fue, que tenemos una parte que llamamos espíritu, sino que somos espirituales, es decir que nuestras operaciones y elaboraciones son humanas porque son espirituales, es decir porque están revestidas de una tensión que va más allá de la contingencia o de la singularidad. No se entendería de otro modo por qué aspiramos a hacer declaraciones de carácter universal, sino es porque reconocemos y celebramos la capacidad de aspirar y de esperar. De este núcleo espiritual surgen las grandes aspiraciones en el ser humano.

Hace unos días conversaba con una persona acerca de la situación de los 43 jóvenes desaparecidos en México (Ayotzinapa), pero también de lo que se multiplica en nuestro propio país: narcotráfico, sicariato, corrupción y sobre todo la implícita aceptación de estos males con frases tantas veces repetidas como “aquel roba pero hace obra”. ¿Qué dice esta frase acerca del ser humano?

1. Primera hipótesis, en una visión nihilista: la frase aludida quiere decir “simplemente me tiene sin cuidado lo que haga el otro”.
2. Segunda hipótesis, en una visión pragmática: significaría “sólo me interesan los productos”.
3. Tercera hipótesis, en una visión autoreferencial: querría decir “yo hago lo mismo, también robo”.

Podría seguir este ejercicio para imaginar tantas otras hipótesis; todas ellas reflejarán, sin duda, un pesimismo y, al mismo tiempo, harán más terrorífica la visión de la realidad. Pero incluso este pesimismo muestra que el ser humano no está hecho para cometer estos actos. En efecto, no los reprobamos solamente porque son intrínsecamente malos, sino sobre todo porque no podemos reconocerlos como propios de una especie llamada desde el más allá.

La espiritualidad es transitar “más allá” y estar referido al “más allá”. Pero más allá de qué. De mi propia particularidad, de mi propio discurso, de mi propia conciencia, de los límites de mi propio mundo. Es decir de todo lo que pone en riesgo la posibilidad de crear una sociedad. Levinas se ha referido a este primer hecho como un “egoísmo ontológico”. Y dice además que este egoísmo no se refiere a la moral, es decir no es fruto de una decisión. El ser humano se mira y en este gesto experimenta el placer de regodearse consigo mismo. Pero en este egoísmo que podríamos llamar de nacimiento hay también una experiencia espiritual innata que consiste en estar iluminado desde dentro, como abierto desde el interior permitiendo así que seamos permeables al “más allá” del que está del otro lado de mi particularidad.

Frente a realidades como las que vemos a nuestro alrededor, la pregunta insoslayable es si no nos encontramos ante el fin del mundo, si no estamos llegando al final de algo, si no estamos confrontándonos con situaciones límites que se desbordan.

De alguna manera el ser humano está hoy en una situación de peligro mayor que la que vimos o aprendimos antaño. No me refiero sólo al deterioro del ambiente, sino a la posibilidad de vivir el ocaso de una especie que corre graves peligros si rechaza lo que lo ha conducido hasta este momento de su historia.

El ser humano ha sido capaz de crear civilizaciones con todo lo que ello supone; también ha desmontado los relatos que lo sostenían, es verdad que con artificios, pero todavía no ha sido capaz de proferir las palabras o de producir las narraciones que lo distinguen como unidad espiritual que camina de pie, que se eleva por encima de la tierra que pisa porque aspira y espera. Me atrevo a sugerir que la nota característica de la espiritualidad del ser humano es sobre todo esperanza. La “desesperación puede ser asimilada a una verdadera autofagia espiritual (Marcel: 55), a un ejercicio todavía suficientemente narcisista y con gran potencia para destruir. Y a su vez, la esperanza supone exceder todo condicionamiento, todo aquí y ahora; y no se tratará de una solapada forma de negar la facticidad de lo inevitable, sino precisamente la afirmación absoluta de la vida que responde al infinito: “hay que subrayar –señala Marcel- decididamente cuál es el único resorte posible de esta esperanza absoluta. Se presenta como respuesta de la criatura al ser infinito al que tiene conciencia de deber todo lo que es y de no poder, sin desvergüenza, poner una condición, cualquiera que fuera” (Marcel: 58). Todavía profundizará Gabriel Marcel en esta idea luminosa para preguntarse, sin ápice de socarronería, si no es desesperar declarar que Dios (la trascendencia, el infinito, el Otro no asimilable) se ha retirado de mí (Marcel: 58). Quisiera todavía explicar que la espiritualidad no es una abstracción, porque sólo hay esperanza cuando el ser humano se reconoce como mucho menos que una abstracción, como una encarnación de un más allá que se hace patente para hacer civilizaciones sin violencia, sin mentira, sin envidia. La abstracción está en los males que padecemos, en los sujetos que se abstraen de su condición para robarnos un pedazo de nuestra vida civilizada, pero nunca nuestra esperanza.

domingo, 5 de octubre de 2014

Time to heal

Mientras oía esta melodía, Time to heal, discurría sobre una frase del Cardenal Kasper que me quedó dando vueltas hace varios días: "hay quienes temen cambios (en la Iglesia) porque creen que se va a desmoronar todo". Los cambios no se hacen porque sí. Esta alternativa podemos descartarla, pero los cambios que se han preparado y razonado adecuadamente, ¿por qué no? Sin ánimo de pretender acertar en LA respuesta, pienso que una razón por la que puede haber algún tipo de resistencia a cambiar (o simplemente a renovar) es la imagen de Dios que puede haber manejado durante siglos la Iglesia, aunque no toda la Iglesia. Hay una imagen que paraliza y sobre este particular quisiera tomarme algunos minutos.

En nuestra relación con Dios hay idas y venidas que obedecen a nuestras búsquedas. En estas búsquedas acaso lo más relevante sea liberarnos de imagenes de Dios que podrían hacer de nosotros pusilánimes o incapaces de arriesgar decisiones. Por supuesto, en nuestras decisiones asumimos absolutos: no se trata de hacer como si todo diese lo mismo. Si nos ponemos radicales, habría que decir que el único absoluto es Dios y aquello que, creemos, él ha constituido absoluto: el dolor humano, la pobreza, la marginación, la vida... Estos últimos se convierten en nuestros "absolutos" y por eso podemos, por ejemplo, juzgar una guerra como algo que no puede ser, y así por el estilo.

Ahora bien, volvamos a las imágenes de Dios. En el panteón de dioses que podemos arriesgarnos a fabricar, hay un tipo que corroe nuestra confianza básica porque sólo sabe vigilar. La cuestión comienza de manera imperceptibile, casi natural. Poco a poco cedemos y en un momento determinado, aparece un dios convertido en wachimán de mala traza que sólo sabe meter palo cuando asomamos la cabeza. 

Este dios ha estado muy presente en la historia de las religiones, en especial en las monoteístas. Dicho de manera muy simplificada es el dios sagrado que asusta, espanta y fascina. Sí, también fascina porque nos lo encontramos en una relación de control-dominio a partir de la que controlaremos tanto como experimentemos sobre nosotros el control. Por eso este dios fascina porque se convierte en elespejo del poder que quisieramos tener, y que tendremos, por cierto, a través de él. Este dios es un mequetrefe y lo que no se logra entender es cómo hace para resucitar tantas veces. 

Voy a contar cómo murió este mequetrefe en el primer siglo de nuestra era; en otra oportunidad intentaré descubrir cómo volvió tantas veces a la vida. En Belén de Judá nació un hombre que hizo historia porque transformó el vocabulario a mano en ese entonces para hablar a Dios. Solamente lo podía haber hecho alguien que supiera del misterio de Dios desde las entrañas. Sabemos que es Jesús, el nazareno. En un mundo romano habitado por riadas de dioses, los judíos conservaban, acaso temerosos ante las fuerzas de ocupación, el culto al Dios de sus ancestros: Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Jesús propuso dar un giro en la relación con Dios. Sembró pacientemente intensos vínculos afectivos que sirvieran al ser humano de la calle para sentir y hablar a Dios ya no como si se hablase de una representacion o de una idea abstracta. ¿Qué trajo esto como consecuencia? Dios dejó el cielo y me metió en la barca con los pescadores, hablaba con publicanos y prostitutas, cultivaba el grano con sus paisanos, es decir Dios pasaba por las calles haciendo que el vínculo se estrechase cada vez más y lo hacía en el dia a día del esfuerzo, del trabajo, de las celebraciones. Las normas rituales y religiosas que regulaban la relación entre los fieles y Dios empezaron a colapsar porque Dios mismo estaba fundando otras normas más allá de la religión construida a la medida de las exigencias de sus creadores. Incluso las normas que regían la vida ordinaria aparecieron entonces como obsoletas o desfasadas. 

Hay que reconocer que, en muchos casos, Jesús no tenía intención de subvertir normas, pero sí había que excederlas por otro fundamento: la relación. Así las cosas, se gestaron la condiciones para que el dios mequetrefe elevará su voz encendida de celo porque se le estaba quitando el poder que ejercía sobre el mundo judío: si la mujer es adúltera, se le apedrea; si es sábado no hay milagros; si alguien tiene lepra, vaya a purificarse de acuerdo a las normas; si el marido se cansó de la mujer porque... no cocina bien que le extienda un acta de repudio, y así por el estilo. Pero la refundación de aquel loco de Nazareth estaba poniendo todo de cabeza sólo porque cambió el principio de base: la relación humana como signo de la presencia de Dios. Esto era más fácil de entender y aceptar por sus congeneres que matar a pedradas a una mujer. La ley se reveló como una abstracción que no sólo no regía el orden, sino que ignoraba por completo lo que pasaba en el día a día de las personas. Si había que tener una ley, ésta tenía que brotar de una sabiduría que "supiera" del ser humano, de sus pasiones, de sus esfuerzos, de sus dificultades y de sus grandes expectativas. Por su parte, el dios mequetrefe, asistido por sus secuaces de siempre, debía mostrar porqué era necesario conservar un orden aun a costa de hacerlo por el miedo. De todos los instrumentos que ha tenido y tiene a la mano este dios, el miedo es probablemente el más eficaz para conservar el control. No, no fue culpa de las autoridades judías. En absoluto. El mequetrefe respira a través de nuestras estrategias y necesidades de organización, sin embargo, cuando Jesús construyó una comunidad sobre la base de la regla universal de la relación, el mequetrefe se desvaneció. 

El miedo a los cambios obedece con frecuencia no sólo a un deseo ansioso por controlar, sino al temor de no contentar a una imagen divina que es de temer. Lo unico que puede seguirse de una divinidad tan pobre es el deseo ansioso de ganarse el cielo a fuerza de pura voluntad. Nadie debería creer en un dios que se disgusta porque buscamos hacer el bien en medio de una humanidad rota, pero llamada a salvarse más allá de sus méritos. Pero tampoco nadie debería dar la espalda a un Dios que ha sido el primero en mirarnos cara a cara para levantarnos cuando hizo falta. 

viernes, 3 de octubre de 2014

El Sínodo de octubre 2014

El obispo de Amberes (Bélgica), Monseñor Bonny, ha escrito recientemente un documento a modo de preparación para el Sinodo sobre la familia en el contexto de la evangelización que se celebrará en Roma entre el 5 y el 19 de octubre. Su texto es lúcido, valiente, discreto y, sobre todo, muestra toda la sabiduría del que ha estado involucrado en la pastoral y se ha dejado interpelar por ella. En varios momentos de su presentación narra casos que ha encontrado con frecuencia entre sus feligreses y plantea preguntas muy pertinentes para quienes tienen que transmitir la gracia del evangelio y la esperanza del Reino.

Ahora bien, su texto propone una posición que, como la del cardenal Kasper, aboga por escrutar los signos de los tiempos dejando que sea la experiencia de las familias la que hable en el Sínodo. De hecho, si lo recordamos, hace varios meses (noviembre del 2013) el Papa Francisco lanzó un cuestionario sobre el tema de la familia con la finalidad de preparar este Sínodo. A partir de los resultados de esta encuesta una comisión ha elaborado el documento de trabajo Instrumentum laboris. Como se explica en este documento, los temas aparecidos son tan amplios que la temática se ha tenido que dividir en dos. Por lo tanto el trabajo comienza ahora, pero deberá seguir en otra reunión en el 2015. 

¿Que puede observarse a partir del Instrumentum laboris? De alguna manera se evidencia una tensión entre la dogmática y la pastoral, es decir entre lo que la Iglesia propone y lo que viven las familias de a pie. El Obispo de Amberes y el Cardenal Kasper lo hacen notar, pero sobre todo lo pone en evidencia el documento de trabajo que han tenido que leer todos los obispos que participan en el Sínodo.

¿Cómo resolver este hiato, esta separación entre dogmática y pastoral, que podría seguir ahondándose en lo sucesivo? Por el momento, entre los obispos (que se reunirán en el Sínodo junto con otros especialistas) hay dos posiciones muy claras: hay quienes proponen reinterpretar la dogmática a la luz de la pastoral (en esta línea se encuentran Bonny y Kasper, por ejemplo) y hay quienes niegan que exista contradicción entre estos dos ámbitos. Entre quienes defienden esta posición se encuentran cinco importantes cardenales de la Iglesia como el cardenal Müller. Ellos acaban de publicar un libro que lleva por título algo así como Permanecer en la verdad de Cristo y comunicón en la Iglesia Católica. 

Pero esto no es un partido de fútbol, y por lo tanto, no se trata de hacer barra al mejor equipo. Para entender este antagonismo conviene dejar de lado los clásicos esquemas socio-políticos que dividen el mundo eclesial entre progresistas y conservadores. El Cardenal Müller, por ejemplo, ha sido considerado muchas veces como progresista y, sin embargo, escribe un libro que parece oponerse a los progresistas. Este clasico esquema socio-político me parece demasiado rígido para comprender matices que son propios de una realidad institucional como esta. Y sólo quisiera dar tres pistas para acercarse al Sínodo pensando en el antagonismo descrito antes.

En primer lugar, este antagonismo sólo puede ser favorable para permitir el advenimiento del Espiritu. Nada más alejado del Espíritu que una mole monolítica en la que las cosas están resueltas de antemano. La garantía de que habrá discernimiento verdadero es que no haya acuerdo antes de empezar. Lo que hemos leído en estos dias, hace pensar, por lo tanto, que existe un sincero deseo de buscar.

En segundo lugar, este antagonismo aparece por primera vez en el medio de un diálogo que ha comenzado por escuchar a los creyentes de a pie, a aquellos que están envueltos en las exigencias de vivir el evangelio en el día a día de su ser padres y madres. Todos esperamos los frutos de este diálogo. 

En tercer lugar, este antagonismo no debería suponer un endurecimiento de las posiciones, sino el desarrollo de profundas investigaciones sobre el tema con la ayuda de especialistas laicos y con el soporte de las ciencias humanas (historia, exégesis bíblica y patrística, filosofía, teología y ciencias sociales). Dar opiniones, sin consideraciones de fondo primero, sería una pérdida de tiempo y de la oportunidad que nos da el Papa Francisco. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Elecciones municipales y regionales

El 5 de octubre próximo se realizarán las elecciones municipales y regionales. Tenemos frente a nosotros una nutrida batería de candidatos con toda la intención de cumplir con su propósito de vencer en estas elecciones. Me imagino que estos días debemos ponderar con seriedad no sólo por quién votar, sino cuál es nuestro rol como ciudadanos. En este sentido, quisiera detenerme en tres puntos que he estado pensando en estos días. Me refieriré a los discursos de los candidatos representados por sus promesas, a los gestos que los traicionan y a sus estrategias que revelan el deseo de poder. 

1. Las promesas evidencian muchas veces un abuso de la imaginación. Ya hemos escuchado en otras oportunidades los ofrecimientos más alucinantes. Con ellos, evidentemente, sólo se busca persuadir. Pero precisamente por esta razón puede decirse que las propuestas revelan el modo de relación que establecen los candidatos con sus electores. Para muchos de ellos, los electores sólo son el instrumento para ganar. En otras palabras estos candidatos no han pensado en otra cosa que en su propio proyecto; de allí pues el abuso de la imaginación. En el caso opuesto, hay candidatos que reducen su discurso produciendo una especie de minimalismo verbal: sólo obras. Por supuesto que queremos obras, por supuesto que las necesitamos, pero las obras no tienen razón de ser si van al acaso o si carecen de una dirección y sospecho que lo que caracteriza al ser humano es la capacidad de plantearse finalidades y un modo razonable de llegar a ellas. En este sentido, entre la opción en la que la imaginación se desboca para instrumentalizar al elector y la reducción de ésta a su mínina expresión, los candidatos tienen el deber de explicar un proyecto ciudadano. 

2. Los gestos dicen mucho. Aunque no siempre somos conscientes de nuestro lenguaje corporal, decimos y expresamos muchos cosas más allá de las palabras. Un saludo tenso, una sonrisa fingida, una mirada de más, etc. Hace unos días escuché a un candidato decir (sólo lo parafraseo): "voten o no voten por mí, seré el presidente regional". ¡Caramba, qué lucidez! Lo expresado en este caso va más allá de lo dicho. En efecto, supongo, en primer lugar, que la condición para salir electo es que la mayoría vote por un candidato, a menos que se haya pensado en una estrategia, no precisamente legal para ser el ganador. Ahora bien, en segundo lugar, es cierto que lo que quiso expresar este candidato es que se siente seguro del voto de los suyos. Pero claro, su modo de comunicarlo resulta, cuando menos, incómodo para el electorado, por no decir impertinente. Un candidato como este se ha puesto acaso por encima de los suyos. No dice "cuento con ustedes" dice "ustedes son innecesarios". Pero poco importa porque el electorado igual lo premia. No voy a analizar todos los gestos que hemos visto en este proceso, sobretodo porque muchos de los ejemplos que me vienen a la memoria conciernen el caso de Lima. Prefiero decir que deberíamos incluir en nuestro ejercicio de discernimiento para elegir una percepción más aguzada sobre los gestos con los que se expresan los candidatos. 

3. Las estrategias son el ejercicio típico de una guerra. Si bien la política debería desarrollar el arte del buen gobierno centrado en el bien común, en la práctica deviene en la sola administración del poder. Esto hace de la política una amenaza permanente para la democracia sobre todo en nuestro medio ya que, es mi opinión, no tenemos el hábito de ejercer los límites. En este sentido, nuestra democracia suele aparecer como la elemental valoración de libertades ciudadanas. Esta valoración, lejos de fortalecer la democracia, la desintegra en la multitud de demandas particulares. Ahora bien, me parece evidente que hay quienes se esforzarán en debilitar la pertinencia de los límites, a través de la vulgar transgresión, con el fin, consciente o no, de dejarnos expuestos a la voluntad de poder del primero que pase por el camino. La ruptura de los límites hace que busquemos siempre un mesías que resuelva las cosas. 

La política en nuestro país todavía es un peligro. Quizás por eso, aunque en otro contexto, decía el filósofo Levinas que la política es el arte de vencer en la guerra. Y por eso, dejó entender también alguna vez, que la política no era conciliable con la moral. Triste, ¿verdad? Pero, ¿no es lo que vemos cada vez que hay campañas? 

Tanto hemos perdido la noción de los límites que estamos dispuestos a afirmar que un candidato roba, y creyendo tal cosa, sin embargo estamos dispuestos a votar por él porque hace obras. Ningún ciudadano con la certeza de que una persona roba, puede votar por ella a no ser que este elector sea un terrorista. Si los ciudadanos no son capaces de ejercer su ciudadanía poniendo los límites necesarios por el bien de la democracia, ¿no habrán renunciado explícitamente a su propio ejercicio democrático? 

miércoles, 27 de agosto de 2014

Usos de la espiritualidad

El 7 de agosto de 1814, el  Papa Pío VII hacía pública su bula sollicitudo omnium Ecclesiarum por la que se restauraba la Compañía de Jesús. Hemos celebrado 200 años de la restauración y estos 200 años han supuesto una necesaria evolución y transformación como ocurre con toda institución. Marcada por una fuerte identidad fundacional, la Compañía tuvo necesidad de reinventarse a lo largo de estos dos últimos siglos aunque conservó precisamente la espiritualidad como criterio y finalidad.

1. El nacimiento de la espiritualidad. ¿Qué es la espiritualidad? La expresión se ha hecho cada vez más frecuente en una cultura que, como la nuestra, está sedienta de respuestas a sus preguntas de sentido. Preguntas, digámoslo con claridad, que muchas veces yacen latentes en una suerte de inconsciente colectivo que se diversifica en el conjunto de propuestas religiosas, esotéricas, exóticas, o simplemente, nuevas. Alguno podría creer que estas preguntas son siempre las mismas y que somos todos idénticos frente a ellas, pero las preguntas de sentido conciernen a esa irreductible singularidad que cada uno construye, anima, enfrenta y entrega. La pregunta de sentido por excelencia se refiere al deseo. Ella no es: ¿qué es lo que quiero de mi vida?, sino más bien ¿qué es este deseo que sólo vivo y experimento en el abismo de mi interioridad? Es inevitable saberse sólo ante una pregunta de esta envergadura porque me pertenece de modo absoluto. Pero lo que muchas veces ignoramos es que con la pregunta se entrega la trascendencia bajo la forma de aquello que es incomparable y único; pero, sobre todo, invisible.

2. A lo que se refiere la espiritualidad. La espiritualidad se refiere, a decir verdad, a la experiencia del invisible. El ser humano vive para el invisible. Sí pues, la espiritualidad es una situación límite porque nos sitúa en una realidad contradictoria. De un lado, de trata de una experiencia; de otro, se trata del invisible. Sabemos perfectamente que no hay, propiamente hablando, una experiencia que corresponda al invisible, y sin embargo, tenemos certeza de estar frente a él cuando irrumpe en el silencio de la interioridad. ¿Cómo tenemos esta certeza, o mejor, por qué es una certeza? Porque el invisible es el creador de la interioridad; no sólo hace un espacio para habitarlo, lo crea. 

3. Lo que propone la espiritualidad. La espiritualidad se ha dedicado a estudiar este itinerario en el que se constata y construye una interioridad, pero en la que la interioridad se halla vacía o se "trabaja" para acceder a un vacío o desasimiento. El correlato interior del invisible es la ausencia. En este sentido, es frecuente encontrar en la mística términos como desasimiento, abandono, vaciamiento o análogos.  Una interioridad llena sería el final de la vida espiritual, su colapso o su fracaso. ¿No será, por cierto, una sociedad de consumo o una sociedad dependiente de su instrumentalidad la mejor evidencia del fracaso de toda espiritualidad? La historia de la vida ha mostrado tropiezos, pero no el final de la seducción que provoca en nosotros el invisible.

4. Lo particular de la espiritualidad ignaciana. Finalmente, puedo añadir algo acerca de la espiritualidad ignaciana que he recordado al inicio. La espiritualidad ignaciana es un camino particular para disponerse a la liberación de la interioridad. Este camino nos propone una errancia, un ir y venir de la comtemplación a la acción y de ésta a la primera. Ambas dimensiones componen este lenguaje ignaciano y, en este ir y venir, la interioridad, el fondo del alma, debería acostumbrarse al invisible, acostumbrarse a saborearlo en el cada día de la vida.

sábado, 26 de julio de 2014

Te Deum

Pensemos en esta acción litúrgica que se repite cada año. Te Deum es la acción litúrgica ofrecida, como lo dice su nombre, para Dios. Es pues una acción de gracias. El Te Deum se ofrece en diversas circunstancias y, en el Perú, se celebra uno por Fiestas Patrias. Este 28 de julio, presidió el acto, el Arzobispo de Lima. 

Ahora bien, pongámonos un poco filosóficos: una acción de gracias supone, por supuesto, una toma de conciencia previa. No puedo agradecer, sino aquello que reconozco se me ha concedido. Dicho de otro modo, el agradecimiento manifiesta el acto previo de conciencia. Tomar conciencia no consiste simplemente en hacer acopio de cosas en la cabeza. Es, sobre todo, un acto de elaboración crítica en el que releo o releemos la historia en la medida en que nos ha hecho bien. No sé qué tan acostumbrados estemos a tomar conciencia. Y me refiero, por supuesto, no sólo a la descripción de los hechos, sino a componer una narrativa en la que podamos reconocernos. 

La Iglesia acostumbra dar gracias a Dios por su presencia en la historia o, dicho de otro modo, por lo que la historia ofrece y que consideramos un beneficio. Esta idea se opone a la noción fatalista (fatum) que consiste en creer que estamos inmersos en una historia anónima que nos tiene a su merced sin ningún tipo de relación con nosotros. Dar gracias por los hechos que se despliegan delante de nosotros es confiar en que ellos no sólo acontecen, sino que tienen un sentido y que intervenimos en ellos con un deseo de acercarnos a algún tipo de utopía por el cual nos reconocemos. El nombre de la utopía cristiana es el "Reino de Dios". No es un hecho que está delante de nosotros como el mañana en que habrá de salir el sol (aunque en Lima el sol se supone detrás de un cúmulo de nubes). Es un hecho que requiere que la conciencia se forje, se construya y se acostumbre a hacer advenir ese Reino. 

En la Iglesia cada vez estamos más esperanzados en el Papado de Francisco. Es una interesante toma de conciencia que supone un acto permanente de gratitud, pero qué puede hacer Francisco, si no se hace advenir el Reino y si nos permitimos repetir las cosas como si ya estuvieran suficientemente bien. Francisco no es omnipotente. Hace mal que dejemos crecer esta ilusión de omnipotencia a la medida de los niños. Francisco tiene entre manos una institución que no puede cambiar según su antojo. Eso ya ha producido cismas, revueltas y manifestaciones en otros tiempos. El derecho de la Iglesia es además una limitación, acaso necesaria, para frenar la arbitrariedad. Pero, en esta oportunidad, podríamos, por ejemplo, dar gracias porque ha consultado a las conferencias episcopales del mundo un conjunto de temas sobre la familia. Varias conferencias episcopales (Alemania, Francia, Suiza entre otras) han publicado el resultado de sus primeras pesquisas como preparación para un sínodo. El primer balance de estas consultas está allí. Francisco quiere escuchar, está dando la posibilidad de que quienes no tuvieron voz se expresen, los tabúes de ayer caen o se desmontan por el bien de una utopía que no llega sola. Hay que andar en su dirección. A ver si se puede.

 

sábado, 19 de julio de 2014

¿El fracaso de las religiones?

Mosul es la capital de la provincia de Ninive en Irak. El profeta Jonás, de acuerdo a la Santa Escritura, había profetizado que la tierra de Nínive sería arrasada, sino se convertía. La advertencia tuvo su efecto, Nínive se arrepintió y Dios cambió su decisión.

Pero de dicha narración, escrita para enseñar la necesidad de convertirse y la misericordia de Dios, pasamos a una realidad sin misericordia que se desarrolla ahora mismo. En estos dias, el Estado islámico (sunita) de Irak estuvo presionando a un puñado de cristianos que todavía vivían allí. Desde el mes de junio en que se instaló este Estado islamico, los cristianos (unos cientos) eran perseguidos. En las puertas de sus casas se escribía una "N" indicando que pertenecían al grupo de los "Nazarenos" y, en algunos casos, se añadía una glosa que indicaba que el inmueble era propiedad del Estado Islámico. El 17 de julio, como lo señalan algunos diarios, las advertencias se convirtieron en amenazas y por altoparpantes se les comunicaba a los cristianos que tenían tres alternativas: 
- Pagar un impuesto ( cosa que resulta impensable para la realidad de estos cristianos empobrecidos)
- Convertirse al Islam
- Dejar sus casas en Mosul y dejar la tierra en la que viven sin tomar ningún bien con ellos ya que serían bienes del Estado Islámico.
De no aceptar ninguna de estas alternativas, serían asesinados por la espada. Hoy sábado al mediodía vencía el plazo y los últimos crisitianos dejaron Mosul. 

Franja de Gaza es tierra Palestina muy cerca de la Tierra Santa mil veces desacralizada. Mientras veíamos el mundial de fútbol, Israel desplegaba toda la tecnología bélica de la que dispone para matar palestinos en respuesta al movimiento terrorista Hamas. Ya hemos visto las imágenes que circulan de los niños palestinos muertos por los misiles israelíes. Nadie niega la violencia de Hamas, pero ¿no es Israel la nación llamada en su Escritura a la paz? ¿Y por qué las naciones esperan que desaparezca la población palestina en lugar de intervenir? 

La religión fracasa en cada uno de estos hechos donde se despliega el poder hegemónico como autojustificación de una razón que no se tiene y que se arranca a la historia a fuerza de lo más sencillo: eliminar al otro, y si es pequeño mejor porque nadie hablará por él ni lo echará de menos.

domingo, 6 de julio de 2014

Sabiduría de pobres

Hace unos días escuché que Magaly Medina había sido contratada por Frecuencia Latina y que pronto comenzaría un nuevo programa de entretenimiento bajo su batuta. Pensé que podríamos vernos libres de este tipo de programas por un tiempo más largo, pero ya que no ha ocurrido lo que esperaba, quisiera sentir que no soy el único que está en contra de programas que reproducen un sistema liberal de consumo para conservarnos en este estado de infancia o adolescencia. La televisión en el Perú me da pena. No entiendo cómo puede parecernos normal que desfilen por la televisión u otros medios de comunicación capítulos de la vida personal de seres humanos. Falta decoro, discreción, dignidad. ¿Cuándo será tiempo de poner en cuestión la ideología de la libertad de expresión? Si no somos capaces de poner límites a este mal entendido ejercicio de la libertad retrasaremos por mucho más tiempo la elaboración de una cultura ciudadana, la construcción de una nación que se reconozca no sólo por comer rico y bastante.

Por el bien del Estado hay que reconocer que éste se ha mostrado poco eficiente en la regulación de programas de esta índole. Y hasta podría alguno pensar que es normal no regular a los medios de comunicación porque tienen libertad y porque, en parte, se basan en la libertad de elección del consumidor. Sabe Dios si el consumidor puede realmente elegir porque, después de todo, ¿quiénes pueden escoger? Pues bien, las mismas personas que han decidido contentarse, y hace mucho, con lo que se les ofrece, y por lo tanto, lo consumen de buen agrado: un poco de violencia por aquí, otro poco de sensasionalismo por allá, una pizca de sensiblería y muchas imágenes lo suficientemente capaces de exacerbar la emotividad que nos habita. Son las mismas personas que el modelo de cultura que nos rodea les impide tener un resquicio de espacio para hacerse de su libertad. No creamos, pues, que las personas cambiarán el canal si antes no han tenido oportunidad de formarse y este es el reclamo que legítimamente debemos dirigir a los medios de comunicación que han preferido vender ante todo.

Escoger supone una distancia con los objetos sobre los que se debe tomar una decisión. Pero los medios se han puesto al servicio de un sistema que funciona por saturación, es decir su tarea consiste, en muchos casos, en impedir que los potenciales consumidores tengan espacio o tiempo para distanciarse o para tomar otro camino. De esta manera, sospecho que podremos tener la sensación de que tanto más consumimos, tanto más necesitamos consumir más. Pero no todos consumen, cierto. El modelo económico que nos gobierna globalmente ha puesto del otro lado a quienes no le son útiles y allí están los marginales, los pobres, los impuros de la sociedad que se caracterizan por no poder decidir, por no poder consumir. Ellos no pueden consumir ni elegir como aquellos que están dentro; cierto, el modelo liberal los ha puesto fuera pero, precisamente por esta razón son también quienes podrán interrogar desde esta posición a quienes caigan bajo el espejismo del consumo de enlatados para no ver lo real. ¿No será acaso posible pensar en una sabiduría a prueba de enlatados, a prueba del consumo exagerado que solapa el hecho real de estar tocados por la contingencia y por la fragilidad? 

A esta situación de excepción la podemos llamar sabiduría de pobres no sólo porque están fuera. Creo que reciben la vida en su exposicion y en su fragilidad. No creo que tengamos que oponernos a los programas de entretenimiento, ni a lo que la vida puede ofrecernos como ocio. Imagínense, ¿qué estaría diciendo si afirmara tal cosa? El punto está en no permitirnos el facilismo de consumir todo lo que aparece y en no pensar que simplemente está bien cualquier cosa so pretexto de que podemos no tomarlo. 


lunes, 23 de junio de 2014

¿El medioevo como aspiración?

En este caso, me referiré a la columna de Pedro Salinas, aparecida en el diario La República el 22 de julio, titulada "el medioevo como aspiración". 

Aparentemente lo que se defiende es la necesidad de avanzar democráticamente hacia la aprobación del proyecto ley en favor de la unión civil. El argumento, que he tenido que sacar entre líneas, es que debe haber igualdad de todas las personas frente a la justicia. Hay que reconocer que es un loable ejercicio y con el cual difícilmente se puede estar en desacuerdo. Pero el problema es que el autor nos distrae con argumentos subalternos que, incluso, hacen olvidar lo que aparecía como central. En estos argumentos que he llamado subalternos me he encontrado con un tejido de falacias.

Una falacia es un razonamiento que parece válido, pero que, estudiado de cerca, revela que hace agua y que carece de un ordenamiento lógico. En política y en algunos medios de comunicación se recurre a falacias con el objetivo de obtener un fin subalterno. Por lo tanto, manipulan, confunden, o incluso, engañan. 

Pedro Salinas comienza por citar una frase de Mar Marcos en la cual ella sostiene: "la importancia de la herejía en el cristianismo, a diferencia de otras religiones, como el judaísmo o el Islam, se debe en gran medida a la idea de comunidad". No sabemos de donde salió la cita, no conocemos el contexto, y por supuesto, tampoco el libro. ¿Se habrá extraido la cita del libro de la autora titulado Herejes en la historia? Es posible que sí, por ahora esto es secundario. Entretanto me pregunto ¿esta falta de rigor periodístico que supone que debemos exonerarlo de la exigencia de precisión con el uso de sus fuentes es un derecho, es un privilegio? No veo porqué tendría que ser así, sobre todo cuando el Señor Salinas sostiene, a partir de la cita, que la comunidad cristiana es un todo o un bloque que renuncia a su espírtiu crítico. Habría que subrayar que esta conclusión es severa y probablemente demasiado general. Termina el párrafo sosteniendo que el cristiano forma parte de un pensamiento único e indivisible y que la disensión es imposible. 

Esta falacia se llama ad verecundiam y consiste en hacer uso de una autoridad para validar una cosa que no guarda relación alguna con lo que aquella decía. Es el caso que Pedro Salinas ilustra muy bien con su columna del domingo último. Cita a Mar Marcos hablando de la herejías para explicar luego que el cristianismo es una comunidad monolítica que suprime al individuo. Dudo mucho de que sea lo que quería decir Mar Marcos, dudo también de que sea la orientación de sus tesis y eso no es banal porque subrepticiamente la autora parece decir algo que nunca imaginó. 

La comunidad es, efectivamente, esencial a las religiones. Ahora bien, aun cuando exista una comunidad, ésta no suprime la singularidad. La teología cristiana tuvo desde sus orígenes la idea de conservar la unidad en la diversidad. Podemos recordar a este respecto la metáfora del cuerpo y sus miembros que desarrolla San Pablo (1 Cor. 10, 15-17). Y esto no niega una realidad en la que pueden aparecer facciones militantes cuyo modus operandi sea la supresión de la singularidad. De acuerdo. Estamos enterados de estas realidades, pero cada vez estoy más persuadido de que éstas no han sido fruto de una experiencia religiosa, ni espiritual. Si hay algo que han descubierto los grandes espirituales, y no me refiero sólo a los cristianos, es que la experiencia espiritual nos singulariza, hace que emerja en su belleza y contundencia el único que soy y que se encuentra en relación con Dios, la transcendencia, el infinito, el amor. En esta relación aparece mi propia vida. Por lo tanto, una vida que decide aniquilar su individualidad so pretexto de ser parte de una comunidad, ha salido de la relación que lo singulariza. 

La siguiente parte de la columna desarrolla con mucha precisión lo que se ha llamado falacia ad hominem. El argumento consiste en denigrar o criticar a las personas. Esto es precisamente lo que desarrolla el Señor Salinas. Me parece que el tener la oportunidad de publicar un artículo semanal en un diario no es excusa para cargar de adjetivos a quienes no están de acuerdo con su postura. Los diarios no deberían ser este tipo de instrumento. El recurso a esta falacia revela, no necesariamente la incapacidad para formular buenos argumentos, pero sí la falta de meditación y ponderación; elementos vitales para que haya una democracia. Sin la meditación no seré capaz de encontrar un argumento singular y estaré tentado a patear el tablero o a repetir argumentos trillados o, lo que es peor, a insultar al que piensa diferente. Incluso si lo que estoy tratando de defender es el respeto de la diferencia. Grande debe ser la paradoja del articulísta que defiende el respeto a la diferencia deshaciendo la diferencia que se asoma frente a él. 

domingo, 15 de junio de 2014

No habrá paz, sin paz entre religiones

Una de las líneas de la política vaticana que el Papa Francisco ha introducido es la de propiciar encuentros entre los líderes de las diferentes religiones, especialmente entre las tres religiones monoteístas. Esto no es fruto del azar, sino de una intención y de una toma de conciencia que no puede producirse sin asumir una responsabilidad. Las religiones pueden ser parte de la respuesta a la violencia. 

Este argumento tiene que fundamentarse especialmente cuando hoy se habla de secularidad. En efecto, vivimos tiempos de secularidad, esto supone que, desde lo ocurrido en Europa occidental, tendemos a decir que la religión y la política se fueron separando progresivamente hasta aceptar la autonomía de la política frente a la religión. Pero seamos sinceros, esta autonomía no es un hecho absoluto. En general, la secularidad consiste en que las religiones han perdido su exclusividad en la organización de las sociedades. La invencion del Estado desplazó a las religiones porque, desde que este apareció, ha sido posible imaginar un colectivo social que se da a sí mismo sus explicaciones y su organización. Cierto, las religiones ceden parte de sus funciones a los Estados, pero esto no quiere decir que las religiones se hayan extinguido: han mutado. Por supuesto, sigo pensando en religiones que están especialmente relacionadas al Occidente y a su influyo mundial. En otras palabras, no ignoro que el Islam persevera en su propósito por organizar la vida civil en los lugares donde ella existe. 

Ahora bien, el modo como entendemos la secularidad en Occidente ofrece una dificultad cuando a partir de un hecho se deduce un principio. El hecho es que la religión ya no organiza la vida pública como podía haber ocurrido hace algunas décadas. Ese hecho está frente a nosotros y no merece la pena que nos opongamos a él: Contra facta non valent argumenta ("contra los hechos no caben argumentos"). Pero deducir de ello, un principio según el cual la religión y la política deberían separarse es una ingenuidad. En primer lugar, porque es un imposible. Es cierto que uno puede concebir una separación entre instituciones: Iglesia, Estado, etc., y quizás sea recomendable, pero la política y la religión son dimensiones que forman parte de nuestra forma de estar en la vida, y por lo tanto, tenderán a entremezclarse. Y puesto que son dos dimensiones que son, a la vez, privadas y públicas habrá entre ellas muchas relaciones, e incluso, interferencias. En algunos casos, sólo habrá interferencias, por cierto. Pero no nos ocupemos de estas ahora.

Es una ingenuidad, en segundo lugar, porque se olvida el modo en que se desarrolla un ser humano articulando sus diferentes dimensiones y, en tercer lugar, porque, nunca antes como hoy, la globalización ha hecho tan palpable que, sin resolver los problemas entre religiones, ningún mundo político será posible. Lo que hizo la secularidad no es desaparecer las religiones. No creo que esto pueda ocurrir. Más bien, por la secularidad, las religiones se han insertado en el seno de los sistemas democráticos y como cualquier ciudadano o institución, podrán hacer uso de su derecho cívico para participar ya no como poseedoras de la verdad sobre el mundo, sino como instituciones que animan y aportan una tradición. 

La secularidad es un hecho. Nos ha conducido a ver cómo la religiones cedieron, paulatinamente, la administración del poder a los Estados. Sin embargo, ellas no han quedado al margen porque les corresponderá asumir su parte de responsabilidad en la estructuración de una paz durable. Este es su rol en medio de la sociedad democrática. Desde esta responsabilidad podrá juzgar moralmente a la historia y a la política. Renunciar a su responsabilidad le haría perder su posición propia en la democracia, le impediria hacer cualquier juicio moral sobre la historia. Todo lo contrario ocurriría: las religiones sucumbirían bajo el juicio que no estuvieron a la altura de ofrecer. Tal vez podemos adivinar esta pregunta final: ¿y por que las religiones podrían hacer un juicio moral de la política? Porque las religiones son el otro de la política. La política surgió frente a las religiones y no puede justificarse a sí misma porque validaría precisamente lo que no queremos: la violencia. Y tal vez habría que pensar si no será el sistema democrático el que haga que, a su vez, las religiones no se desborden en contra de la paz. 

domingo, 8 de junio de 2014

Los lobos que acechan al Papa

Un conocido vaticanista italiano, Mario Politi, decía en una entrevista (disponible en "Religión digital") que "los lobos acechan la revolución pacífica que el Papa Francisco emprendió y usan su personalidad latinoamericana como arma para desprestigiarlo". Esta opinión podría tener razón de ser al provenir de una persona que, se puede decir, está informada. Pero hagamos un análisis. Quiero, en primer lugar, mostrar que hay, efectivamente, una revolución en proceso; en segundo lugar, insistiré en que una revolución como la que encabeza el Papa no constituye una amenaza; finalmente, explicaré a qué podría obeceder una resistencia ultraconservadora.

1. Hay una revolución en proceso; la hemos visto constituirse y poco a poco vemos cómo se despliega. El Papa Francisco no hace ruido. Instaura gestos con profundo sentido simbólico. Algún periodista un tanto pesimista dejaba entender que este Papa sólo sonreía, pero no es así. De los distintos gestos que hemos visto, los que más llaman la atención son aquellos que muestran la urgencia de abrir, una vez más, la Iglesia al mundo, es decir Iglesia puede dejar caer los juicios morales sobre las personas. Este gesto evangélico es central porque sólo puede haber diálogo cuando se suspenden los juicios morales que pesan sobre los demás. Este dispositivo, es mucho más que una sonrisa; es lo que el concilio había propuesto como el modo propio de la Iglesia de estar en el mundo. Con el Papa Francisco estamos reencontrando un estilo propuesto por el último concilio, pero no hay vuelta atrás; esta revolución está produciendo una conciencia nueva, una identidad nueva, una esperanza nueva entre creyentes en un Dios que está por encima de las diferencias culturales y religiosas.

2.  Esta revolución no es una amenaza. Una revolución supone poner en cuestión un statu quo. Tengo ganas de decir que el Papa Francisco está cuestionando una forma de vivir en automático. Y es que en efecto, pienso que la Iglesia se acostumbró a hacer vivir un sistema que caminaba al lado de la historia y del mundo. Cuando digo "al lado" quiero decir que caminaba en una línea paralela sin mayor posibilidad de encuentro. La Iglesia, más que cualquier institución, sabe que el mejor modo de conservarse como interlocutor válido del mundo, de su historia y de su política es poniendo en cuestión sus propios olvidos o negligencias con respecto al evangelio que profesa. 

En este sentido, San Juan XXIII, poco antes del concilio Vaticano II, hablaba de una Iglesia pobre y de los pobres como lo ha hecho, con insistencia, el Papa Francisco. ¿Qué hay en la pobreza que pueda ser relevante? Carencia, abandono, testimonio. Ella es la condición que hace posible esta revolución. En primer lugar porque hace mirar en dirección de la única posesión relevante: Dios. En segundo lugar porque recuerda una comunión con el género humano más allá de todas las cosas que le ponemos encima. De esta pobreza emerge algo nuevo: fraternidad. En tercer lugar porque nos hace descubrir que no nos debemos a nada de lo que tenemos. La pobreza engendra nuestra libertad. ¿Por qué temer a una revolución de este tipo? Estas tres razones (sólo ejemplos) ¿no son acaso las piedras de toque de un reino, de esta utopía que cualquiera en su sano juicio querría?

3. Estoy de acuerdo, hay fuerzas ultraconservadoras que están en campaña y si no las miramos cara a cara se escurrirán por nuestra espalda para frenar cualquier cosa que sepa a novedad. Las palabras de Jesús en el Apocalipsis ("hago todas las cosas nuevas") son demasiado grandes. Marcel Gauchet, estudioso francés de los procesos de constitución de las democracias modernas, explica con lucidez cómo se articulaban religión y política y en qué ha devenido esta relación. La religión fue un principio estructurante de la sociedad. Ya no lo es porque la sociedad civil tiene otros modos de organización. El Estado cumple funciones que antes cumplían las religiones. Pero en esta distinción, Gauchet no sólo reconoce que el Estado ha tomado la posta de la función religiosa. El subraya que las religiones descansan sobre algo anterior, sobre un pasado inmemorial y su procedimiento consiste en asegurar la permanencia de dicho pasado. La sociedad civil reunida en torno al Estado, en cambio, una vez que adquirió su autonomía, se puso a mirar hacia el futuro. 

El ultraconservadurismo vive de un concepto de religión que no está a la medida del adulto porque se ha dejado atar por un pasado no reflexionado como ocurría en las religiones de carácter mágico. No creo que la religión sea mágica. Nuestra religión, como la mayor parte de ellas, lo fue en algún momento, pero las bases de la religión cristiana no están en un pasado inmemorial, sino en un futuro que nos llama desde hace mucho. Aun cuando haya quienes temen toda novedad porque han perdido la esperanza en la vida, no deberíamos dejarnos engañar, ni contagiar ese desánimo; y menos aún deberíamos olvidar que podemos mirar a la vez al futuro, como una sociedad civil autónoma, y conservar la necesaria dosis de animación espiritual. La Iglesia tiene y tendrá un espacio en las sociedades civiles contempoaráneas y en la constitucion de las democracias si sabe revisar sus instrumentos para interpelar al mundo. 

domingo, 1 de junio de 2014

A propósito de los Medios de comunicación

En la entrevista emitida por "Panorama" este domingo, el presidente de la República hacía un llamado a la confianza frente a la situación de inseguridad. Hizo un llamado a los medios de comunicación, como ya lo había hecho antes, para que no se difundan sólo noticias policiales. La periodista Cuevas interrumpió de inmediato para decir que esas son las noticias justificando de este modo el hecho de que se difundan tantas informaciones policiales.
Cierto, hay noticias que reflejan lo que ocurre en la calle, pero las noticias no son simplemente las noticias. Ya hace mucho hemos superado nuestra original ingenuidad frente a las "noticias" y todos sabemos que ellas son producidas de acuerdo a una tesis que se defiende o que se pretende reforzar. 
Bien harían los medios de comunicación en reconocer sus presupuestos porque sólo entonces podrán hacer una verdadera crítica de su función y podrán dar un servicio de calidad como ahora no lo hacen. Los medios de comunicación realizan una función pública, pero olvidan que su función tambien debe ser social. Me explico. Hace ya tiempo he dejado de ver los noticieros de las diez de la noche porque se dedican a exacerbar la sensibilidad. Mi única hipótesis para entender porqué nos llenan de noticias de vida privada y policial es que quieren vender más. Qué lástima. 
Los medios tienen una función social a la que han renunciado quizás porque lo ignoran. Una función social supone no sólo traducir lo privado y particular en público. La función social supone pensar en el bien común. Es decir, ¿esta noticia es relevante para el colectivo? ¿Permitirá realmente informar y construir una opinión pública? ¿Ayudará esta noticia a construir un colectivo?
Probablemente no soy exhaustivo, ni lo pretendo, pero éstas sólo son algunas preguntas que un comunicador podría hacerse antes de hacer aparecer en la televisión o en los medios algo que espera vender. 

domingo, 25 de mayo de 2014

El gran daño de la religión

Acabo de leer la columna con el mismo título del 23 de mayo de Claudia Cisneros. Creo que hay algunas imprecisiones en esta columna y me gustaría comentarlas. En primer lugar, la religión es identificada con la práctica de algunos creyentes en el contexto del debate del proyecto de ley en favor de la unión civil. De esta circunstancia que, evidentemente merece toda atención, y por supuesto, una resolución que beneficie al bien común, se deduce que la religión es nefasta porque impide pensar. Este razonamiento no se sigue aún cuando se presente un caso tan delicado como el que tenemos entre manos y frente al cual algunos creyentes han mostrado su intolerancia. Además, puede incluso resultar una manipulación de la sensibilidad el recurrir a una situacion como la presente para concluir que la religión es dañina. Quiero decir que no sólo la conclusión es inadecuadamente deducida, sino que es oportunista y nos distrae. 
Si lo que se quiere cuestionar es la función de la religión en un contexto democrático, que se ponga en evidencia la fragilidad de los argumentos como puede ser el recurrir a citas bíblicas que no vienen al caso para oponerse a la unión civil. Yo mismo estaré de acuerdo con críticas de este tipo. Pero habría que cuidar el no hacer una reducción del fenómeno religioso como respuesta al hecho de que algunos creyentes tengan una visión estrecha de la realidad y de su propia fe.
Las religiones, es verdad, han inspirado fundamentalismos. Y aunque este fenómeno sea común a las diferentes religiones que circulan en el mundo, el fundamentalismo es inherente al ser humano y no a la religión. Por lo tanto, la limitación para pensar con espíritu crítico y libre es una característica del ser humano habitado por pasiones sobre las cuales no sabe cómo proceder. Decir con tanta simplicidad que la religion "mutila despiadadamente" las mentes de los seres humanos es precipitado y, por lo tanto, no ayuda a ver con realismo el problema de un género humano que no siempre esta a la altura del discernimiento necesario de sus afectos y sus pasiones. En este sentido, aunque no lo haya sostenido Claudia Cisneros, no es, pues, cierto que todas las intolerancias de la historia se deban a alguna religión. 
La religión también ha cumplido una función de animación espiritual y de juicio moral de la historia. Sobre esto no voy a ocuparme ahora, pero lo subrayo porque argumentar en contra de la religion, o de cualquier hecho que forme parte de la vida de la comunidad, merece una mayor precisión. Hacer lo contrario equivaldrá a negar un hecho que está también frente a nosotros.
Pero en la columna que he leído, lo que me parece más difícil de sostener es esta especie de libertad en el nombre de la libertad. Claudia Cisneros comienza argumentando desde una perspectiva moral la incapacidad de la religión como modelo de conducta y luego, en un giro sorpresivo de carácter ontológico, defiende la libertad como "ejercicio de individualidad que contribuye más a la universalidad que la pretendida por el pastor y sus ovejas". No veo cómo. ¿Cuáles son las mediaciones sociales a través de las cuales pensar por sí mismo contribuye a la universalidad? ¿Cómo defender la libertad sin pensar en sus condiciones de posibilidad? Una cosa es ser auténtico y estoy muy de acuerdo con abonar argumentos a su favor; otra muy distinta es pretender pensar como si el mundo hubiese comenzado conmigo. Hasta la filosofía más banal reconocerá que la libertad es siempre contextualizada porque obedece a un ejercicio aprendido en una sociedad. Al rechazar tan polarizadamente la religión, acaso la primera forma de socialización, parece desaparecer frente a nosotros toda dimensión comunitaria como si el ser humano dependiese de sí y sólo de sí. En otras palabras, la sociedad no es el enemigo del individuo, sino quien lo acoge y lo incorpora a un modo de vida. Mutatis mutandi, la religión es también una expresión de la dimensión social y comunitaria del ser humano. Lo lamentable es que en nombre de una religión, cualquiera sea ésta, se practiquen conductas que atentan contra el bien común. Pero en el Perú no se practica ninguna religión. Se conoce mayoritariamente el catolicismo, pero de allí a decir que es una religión practicada estamos bien lejos. 

sábado, 17 de mayo de 2014

La verdad refresca

No es una publicidad a Sprite, pero el slogan me hizo pensar en algo que no tiene nada que ver con la gaseosa ni con su consumo. Pensé en la frase evangélica, y específicamente joánica, que dice "la verdad los hará libres". El evangelio asigna una función a la verdad no sólo en el resultado, sino en el proceso. Quiero decir que la verdad importa tanto para la conseguir la libertad como para el proceso de liberación. Es pues una digna función.

Pero aquí tenemos un problema. La sociedad habla del valor de la verdad como si ésta sólo consistiese en tener el coraje de exhibir públicamente la vida privada. Y no sólo la propia, por cierto, sino también la de los otros que por desgracia aparecieron en el camino del ocasional testigo. En la hermenéutica bíblica, éste sería un falso testigo y un falso testimonio porque no persiguen el bien común. La verdad en el universo judeo-cristiano no es un concepto aprendido como aprendemos una fórmula matemática, la belleza de una obra de literatura o un concepto. La verdad sería más bien un ejercicio comunitario a través del cual se construye el bien común. Sí, la verdad en el contexto judeo-cristiano es un ejercicio cívico y ciudadano a través del cual la historia se acerca más de una noción ideal de sociedad. Por eso, la verdad apareció pronto como una relación. Pero ¿en qué consiste este ejercicio?

Pienso que este ejercicio es una disciplina espiritual. Es disciplina porque reclama que dirijamos nuestra energía vital hacia la construcción de una fraternidad universal. Y es espiritual porque debe estar desasida de todo ego que traicionaría al bien común. Esta verdad libera, pero está tan lejos de nosotros como el proyecto ideal de una ciudad lo está de nuestra realidad. Con esto no quiero decir que la verdad sea irrealizable; sólo estoy explicando que ella es una conquista, cierto, pero no sólo personal. Tomar conciencia de las implicancias de la verdad y saber que todos participamos en la construcción de la misma podría hacer cambiar nuestra manera de estar en la vida. Si me dedico a defender "mi verdad" no estoy defendiendo nada, sólo trato de justificarme. ¿Y por qué justificarme? Porque estamos expuestos y nos sabemos frágiles. Frente al riesgo de sólo justificarnos tenemos que aprender a conversar con la idea de hacer más divertida esta conversación y esto ocurrirá si tomamos en cuenta que podamos llegar a acuerdos. Otra conversación sería perder el tiempo y aburrirse.

sábado, 10 de mayo de 2014

La Iglesia frente al juicio de la historia

En días pasados, el Papa Francisco canonizó a los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. En términos generales, la Iglesia ha celebrado este acto con el cual se nos ofrecen dos figuras que, cada cual a su modo, contribuyeron con la Iglesia. 

Lo cierto es que este gesto del Papa, junto con otros que están caracterizando su pontificado, son una invitación a pensar en qué deviene esta institución tan antigua, arraigada en la cultura y tan cuestionada últimamente. Cuando hace un par de meses recordaban los medios de comunicación el primer año del Pontificado del Papa Francisco, leí en un diario local una columna en la que se sostenía poco menos que este Papa no había hecho nada sino sonreir. Me parece que este es un juicio tan severo como alejado de la realidad. 

El Papa Francisco ha puesto en marcha un conjunto de dispositivos cuyos resultados todavía no estamos en condiciones de evaluar, pero no me cabe duda que hay un aire nuevo que puede poner las condiciones para volver a abrir a la Iglesia al mundo y éste a aquella como ocurrió en el Concilio Vaticano II. Al mismo tiempo, hay gestos frente a los cuales no podemos sentirnos indiferentes. Los gestos, apreciados en el contexto de la comunidad que se dice creyente, son una interpelación permanente y una invitación a reconocer qué tan lejos podemos haber puesto de nuestra práctica cotidiana la fe en los evangelios donde, una y otra vez, se nos ponen delante los marginados, los últimos o, como se les llama también, los insignificantes. Por supuesto, son los insignificantes para una cultura que ha creado un sistema en el que todas sus operaciones traen consecuencias de las que no es capaz de hacerse cargo. 

Pero ¿en qué deviene la Iglesia? Negar el hecho de una crisis en la Iglesia sería tapar el sol con un dedo. La crisis es un resultado histórico en el que pueden distinguirse diferentes causales. Quizás la más dramática y menos explorada es la que resulta como consecuencia de un Concilio nunca suficientemente ponderado y casi siempre poco o mal leído. La intuición que tuvo Juan XXIII al convocar el Concilio fue la de crear condiciones de apertura. La Iglesia podía entonces dejar de ser el otro antagónico del "mundo" que se ubicaba siempre frente a él y ponía las condiciones para estar en el mundo animándolo desde su interior. Pero esto suponía re-pensar la Iglesia y la Iglesia necesitaba este tiempo para ella. El extenso pontificado de Juan Pablo II tuvo otras prioridades, acaso no menos importantes, pero la exigencia del Concilio, es decir pensar la institucionalidad de la Iglesia, quedó como una tarea siempre pendiente. Tarde o temprano, el juicio de la historia debía pasarnos su factura. América Latina despertó en aquel tiempo posconciliar todo su entusiasmo e inició una tarea inspirada en el Concilio, pero sus esfuerzos no fueron comprendidos simplemente porque sus intuiciones habían quedado desfasadas en medio de una nueva gestión eclesial.

Ser lo que la Iglesia es, quiero decir, una institución que busca actualizar el evangelio (sin haber negado jamás sus limitaciones) ha devenido en una dificultad. Ella debe ser mediación, pero su conciencia propia puede, en algunos casos, hacerla impedimento. Ella fue siempre una institución de seres humanos, pero hoy ha dejado que la mundaneidad sea parte suya. No pretendo satanizar al mundo. Todo lo contrario. La Iglesia sólo se salvará si el mundo se salva con ella, pero la mundaneidad es este conjunto de decisiones que ya no se disciernen y que provocan que la Iglesia ceda ante el poder como dominio, la pobreza como pretexto o la castidad como solipsismo.

Los gestos del Papa Francisco nos invitan a pensar en la Iglesia. El ha canonizado a dos papas que, entre sí, sólo tienen en común el carisma y el amor por la Iglesia. Se han canonizado dos formas de estar en la Iglesia, pero que nadie crea que fueron perfectos o que sus políticas ecclesiales lo fueron. El santo es el primero en reconocer sus faltas y tal vez podamos tener conciencia de otras, pero este momento de la historia llama a ponerse en movimiento. Tenemos tarea pendiente que no debería seguir esperando.