miércoles, 27 de agosto de 2014

Usos de la espiritualidad

El 7 de agosto de 1814, el  Papa Pío VII hacía pública su bula sollicitudo omnium Ecclesiarum por la que se restauraba la Compañía de Jesús. Hemos celebrado 200 años de la restauración y estos 200 años han supuesto una necesaria evolución y transformación como ocurre con toda institución. Marcada por una fuerte identidad fundacional, la Compañía tuvo necesidad de reinventarse a lo largo de estos dos últimos siglos aunque conservó precisamente la espiritualidad como criterio y finalidad.

1. El nacimiento de la espiritualidad. ¿Qué es la espiritualidad? La expresión se ha hecho cada vez más frecuente en una cultura que, como la nuestra, está sedienta de respuestas a sus preguntas de sentido. Preguntas, digámoslo con claridad, que muchas veces yacen latentes en una suerte de inconsciente colectivo que se diversifica en el conjunto de propuestas religiosas, esotéricas, exóticas, o simplemente, nuevas. Alguno podría creer que estas preguntas son siempre las mismas y que somos todos idénticos frente a ellas, pero las preguntas de sentido conciernen a esa irreductible singularidad que cada uno construye, anima, enfrenta y entrega. La pregunta de sentido por excelencia se refiere al deseo. Ella no es: ¿qué es lo que quiero de mi vida?, sino más bien ¿qué es este deseo que sólo vivo y experimento en el abismo de mi interioridad? Es inevitable saberse sólo ante una pregunta de esta envergadura porque me pertenece de modo absoluto. Pero lo que muchas veces ignoramos es que con la pregunta se entrega la trascendencia bajo la forma de aquello que es incomparable y único; pero, sobre todo, invisible.

2. A lo que se refiere la espiritualidad. La espiritualidad se refiere, a decir verdad, a la experiencia del invisible. El ser humano vive para el invisible. Sí pues, la espiritualidad es una situación límite porque nos sitúa en una realidad contradictoria. De un lado, de trata de una experiencia; de otro, se trata del invisible. Sabemos perfectamente que no hay, propiamente hablando, una experiencia que corresponda al invisible, y sin embargo, tenemos certeza de estar frente a él cuando irrumpe en el silencio de la interioridad. ¿Cómo tenemos esta certeza, o mejor, por qué es una certeza? Porque el invisible es el creador de la interioridad; no sólo hace un espacio para habitarlo, lo crea. 

3. Lo que propone la espiritualidad. La espiritualidad se ha dedicado a estudiar este itinerario en el que se constata y construye una interioridad, pero en la que la interioridad se halla vacía o se "trabaja" para acceder a un vacío o desasimiento. El correlato interior del invisible es la ausencia. En este sentido, es frecuente encontrar en la mística términos como desasimiento, abandono, vaciamiento o análogos.  Una interioridad llena sería el final de la vida espiritual, su colapso o su fracaso. ¿No será, por cierto, una sociedad de consumo o una sociedad dependiente de su instrumentalidad la mejor evidencia del fracaso de toda espiritualidad? La historia de la vida ha mostrado tropiezos, pero no el final de la seducción que provoca en nosotros el invisible.

4. Lo particular de la espiritualidad ignaciana. Finalmente, puedo añadir algo acerca de la espiritualidad ignaciana que he recordado al inicio. La espiritualidad ignaciana es un camino particular para disponerse a la liberación de la interioridad. Este camino nos propone una errancia, un ir y venir de la comtemplación a la acción y de ésta a la primera. Ambas dimensiones componen este lenguaje ignaciano y, en este ir y venir, la interioridad, el fondo del alma, debería acostumbrarse al invisible, acostumbrarse a saborearlo en el cada día de la vida.