lunes, 23 de junio de 2014

¿El medioevo como aspiración?

En este caso, me referiré a la columna de Pedro Salinas, aparecida en el diario La República el 22 de julio, titulada "el medioevo como aspiración". 

Aparentemente lo que se defiende es la necesidad de avanzar democráticamente hacia la aprobación del proyecto ley en favor de la unión civil. El argumento, que he tenido que sacar entre líneas, es que debe haber igualdad de todas las personas frente a la justicia. Hay que reconocer que es un loable ejercicio y con el cual difícilmente se puede estar en desacuerdo. Pero el problema es que el autor nos distrae con argumentos subalternos que, incluso, hacen olvidar lo que aparecía como central. En estos argumentos que he llamado subalternos me he encontrado con un tejido de falacias.

Una falacia es un razonamiento que parece válido, pero que, estudiado de cerca, revela que hace agua y que carece de un ordenamiento lógico. En política y en algunos medios de comunicación se recurre a falacias con el objetivo de obtener un fin subalterno. Por lo tanto, manipulan, confunden, o incluso, engañan. 

Pedro Salinas comienza por citar una frase de Mar Marcos en la cual ella sostiene: "la importancia de la herejía en el cristianismo, a diferencia de otras religiones, como el judaísmo o el Islam, se debe en gran medida a la idea de comunidad". No sabemos de donde salió la cita, no conocemos el contexto, y por supuesto, tampoco el libro. ¿Se habrá extraido la cita del libro de la autora titulado Herejes en la historia? Es posible que sí, por ahora esto es secundario. Entretanto me pregunto ¿esta falta de rigor periodístico que supone que debemos exonerarlo de la exigencia de precisión con el uso de sus fuentes es un derecho, es un privilegio? No veo porqué tendría que ser así, sobre todo cuando el Señor Salinas sostiene, a partir de la cita, que la comunidad cristiana es un todo o un bloque que renuncia a su espírtiu crítico. Habría que subrayar que esta conclusión es severa y probablemente demasiado general. Termina el párrafo sosteniendo que el cristiano forma parte de un pensamiento único e indivisible y que la disensión es imposible. 

Esta falacia se llama ad verecundiam y consiste en hacer uso de una autoridad para validar una cosa que no guarda relación alguna con lo que aquella decía. Es el caso que Pedro Salinas ilustra muy bien con su columna del domingo último. Cita a Mar Marcos hablando de la herejías para explicar luego que el cristianismo es una comunidad monolítica que suprime al individuo. Dudo mucho de que sea lo que quería decir Mar Marcos, dudo también de que sea la orientación de sus tesis y eso no es banal porque subrepticiamente la autora parece decir algo que nunca imaginó. 

La comunidad es, efectivamente, esencial a las religiones. Ahora bien, aun cuando exista una comunidad, ésta no suprime la singularidad. La teología cristiana tuvo desde sus orígenes la idea de conservar la unidad en la diversidad. Podemos recordar a este respecto la metáfora del cuerpo y sus miembros que desarrolla San Pablo (1 Cor. 10, 15-17). Y esto no niega una realidad en la que pueden aparecer facciones militantes cuyo modus operandi sea la supresión de la singularidad. De acuerdo. Estamos enterados de estas realidades, pero cada vez estoy más persuadido de que éstas no han sido fruto de una experiencia religiosa, ni espiritual. Si hay algo que han descubierto los grandes espirituales, y no me refiero sólo a los cristianos, es que la experiencia espiritual nos singulariza, hace que emerja en su belleza y contundencia el único que soy y que se encuentra en relación con Dios, la transcendencia, el infinito, el amor. En esta relación aparece mi propia vida. Por lo tanto, una vida que decide aniquilar su individualidad so pretexto de ser parte de una comunidad, ha salido de la relación que lo singulariza. 

La siguiente parte de la columna desarrolla con mucha precisión lo que se ha llamado falacia ad hominem. El argumento consiste en denigrar o criticar a las personas. Esto es precisamente lo que desarrolla el Señor Salinas. Me parece que el tener la oportunidad de publicar un artículo semanal en un diario no es excusa para cargar de adjetivos a quienes no están de acuerdo con su postura. Los diarios no deberían ser este tipo de instrumento. El recurso a esta falacia revela, no necesariamente la incapacidad para formular buenos argumentos, pero sí la falta de meditación y ponderación; elementos vitales para que haya una democracia. Sin la meditación no seré capaz de encontrar un argumento singular y estaré tentado a patear el tablero o a repetir argumentos trillados o, lo que es peor, a insultar al que piensa diferente. Incluso si lo que estoy tratando de defender es el respeto de la diferencia. Grande debe ser la paradoja del articulísta que defiende el respeto a la diferencia deshaciendo la diferencia que se asoma frente a él. 

domingo, 15 de junio de 2014

No habrá paz, sin paz entre religiones

Una de las líneas de la política vaticana que el Papa Francisco ha introducido es la de propiciar encuentros entre los líderes de las diferentes religiones, especialmente entre las tres religiones monoteístas. Esto no es fruto del azar, sino de una intención y de una toma de conciencia que no puede producirse sin asumir una responsabilidad. Las religiones pueden ser parte de la respuesta a la violencia. 

Este argumento tiene que fundamentarse especialmente cuando hoy se habla de secularidad. En efecto, vivimos tiempos de secularidad, esto supone que, desde lo ocurrido en Europa occidental, tendemos a decir que la religión y la política se fueron separando progresivamente hasta aceptar la autonomía de la política frente a la religión. Pero seamos sinceros, esta autonomía no es un hecho absoluto. En general, la secularidad consiste en que las religiones han perdido su exclusividad en la organización de las sociedades. La invencion del Estado desplazó a las religiones porque, desde que este apareció, ha sido posible imaginar un colectivo social que se da a sí mismo sus explicaciones y su organización. Cierto, las religiones ceden parte de sus funciones a los Estados, pero esto no quiere decir que las religiones se hayan extinguido: han mutado. Por supuesto, sigo pensando en religiones que están especialmente relacionadas al Occidente y a su influyo mundial. En otras palabras, no ignoro que el Islam persevera en su propósito por organizar la vida civil en los lugares donde ella existe. 

Ahora bien, el modo como entendemos la secularidad en Occidente ofrece una dificultad cuando a partir de un hecho se deduce un principio. El hecho es que la religión ya no organiza la vida pública como podía haber ocurrido hace algunas décadas. Ese hecho está frente a nosotros y no merece la pena que nos opongamos a él: Contra facta non valent argumenta ("contra los hechos no caben argumentos"). Pero deducir de ello, un principio según el cual la religión y la política deberían separarse es una ingenuidad. En primer lugar, porque es un imposible. Es cierto que uno puede concebir una separación entre instituciones: Iglesia, Estado, etc., y quizás sea recomendable, pero la política y la religión son dimensiones que forman parte de nuestra forma de estar en la vida, y por lo tanto, tenderán a entremezclarse. Y puesto que son dos dimensiones que son, a la vez, privadas y públicas habrá entre ellas muchas relaciones, e incluso, interferencias. En algunos casos, sólo habrá interferencias, por cierto. Pero no nos ocupemos de estas ahora.

Es una ingenuidad, en segundo lugar, porque se olvida el modo en que se desarrolla un ser humano articulando sus diferentes dimensiones y, en tercer lugar, porque, nunca antes como hoy, la globalización ha hecho tan palpable que, sin resolver los problemas entre religiones, ningún mundo político será posible. Lo que hizo la secularidad no es desaparecer las religiones. No creo que esto pueda ocurrir. Más bien, por la secularidad, las religiones se han insertado en el seno de los sistemas democráticos y como cualquier ciudadano o institución, podrán hacer uso de su derecho cívico para participar ya no como poseedoras de la verdad sobre el mundo, sino como instituciones que animan y aportan una tradición. 

La secularidad es un hecho. Nos ha conducido a ver cómo la religiones cedieron, paulatinamente, la administración del poder a los Estados. Sin embargo, ellas no han quedado al margen porque les corresponderá asumir su parte de responsabilidad en la estructuración de una paz durable. Este es su rol en medio de la sociedad democrática. Desde esta responsabilidad podrá juzgar moralmente a la historia y a la política. Renunciar a su responsabilidad le haría perder su posición propia en la democracia, le impediria hacer cualquier juicio moral sobre la historia. Todo lo contrario ocurriría: las religiones sucumbirían bajo el juicio que no estuvieron a la altura de ofrecer. Tal vez podemos adivinar esta pregunta final: ¿y por que las religiones podrían hacer un juicio moral de la política? Porque las religiones son el otro de la política. La política surgió frente a las religiones y no puede justificarse a sí misma porque validaría precisamente lo que no queremos: la violencia. Y tal vez habría que pensar si no será el sistema democrático el que haga que, a su vez, las religiones no se desborden en contra de la paz. 

domingo, 8 de junio de 2014

Los lobos que acechan al Papa

Un conocido vaticanista italiano, Mario Politi, decía en una entrevista (disponible en "Religión digital") que "los lobos acechan la revolución pacífica que el Papa Francisco emprendió y usan su personalidad latinoamericana como arma para desprestigiarlo". Esta opinión podría tener razón de ser al provenir de una persona que, se puede decir, está informada. Pero hagamos un análisis. Quiero, en primer lugar, mostrar que hay, efectivamente, una revolución en proceso; en segundo lugar, insistiré en que una revolución como la que encabeza el Papa no constituye una amenaza; finalmente, explicaré a qué podría obeceder una resistencia ultraconservadora.

1. Hay una revolución en proceso; la hemos visto constituirse y poco a poco vemos cómo se despliega. El Papa Francisco no hace ruido. Instaura gestos con profundo sentido simbólico. Algún periodista un tanto pesimista dejaba entender que este Papa sólo sonreía, pero no es así. De los distintos gestos que hemos visto, los que más llaman la atención son aquellos que muestran la urgencia de abrir, una vez más, la Iglesia al mundo, es decir Iglesia puede dejar caer los juicios morales sobre las personas. Este gesto evangélico es central porque sólo puede haber diálogo cuando se suspenden los juicios morales que pesan sobre los demás. Este dispositivo, es mucho más que una sonrisa; es lo que el concilio había propuesto como el modo propio de la Iglesia de estar en el mundo. Con el Papa Francisco estamos reencontrando un estilo propuesto por el último concilio, pero no hay vuelta atrás; esta revolución está produciendo una conciencia nueva, una identidad nueva, una esperanza nueva entre creyentes en un Dios que está por encima de las diferencias culturales y religiosas.

2.  Esta revolución no es una amenaza. Una revolución supone poner en cuestión un statu quo. Tengo ganas de decir que el Papa Francisco está cuestionando una forma de vivir en automático. Y es que en efecto, pienso que la Iglesia se acostumbró a hacer vivir un sistema que caminaba al lado de la historia y del mundo. Cuando digo "al lado" quiero decir que caminaba en una línea paralela sin mayor posibilidad de encuentro. La Iglesia, más que cualquier institución, sabe que el mejor modo de conservarse como interlocutor válido del mundo, de su historia y de su política es poniendo en cuestión sus propios olvidos o negligencias con respecto al evangelio que profesa. 

En este sentido, San Juan XXIII, poco antes del concilio Vaticano II, hablaba de una Iglesia pobre y de los pobres como lo ha hecho, con insistencia, el Papa Francisco. ¿Qué hay en la pobreza que pueda ser relevante? Carencia, abandono, testimonio. Ella es la condición que hace posible esta revolución. En primer lugar porque hace mirar en dirección de la única posesión relevante: Dios. En segundo lugar porque recuerda una comunión con el género humano más allá de todas las cosas que le ponemos encima. De esta pobreza emerge algo nuevo: fraternidad. En tercer lugar porque nos hace descubrir que no nos debemos a nada de lo que tenemos. La pobreza engendra nuestra libertad. ¿Por qué temer a una revolución de este tipo? Estas tres razones (sólo ejemplos) ¿no son acaso las piedras de toque de un reino, de esta utopía que cualquiera en su sano juicio querría?

3. Estoy de acuerdo, hay fuerzas ultraconservadoras que están en campaña y si no las miramos cara a cara se escurrirán por nuestra espalda para frenar cualquier cosa que sepa a novedad. Las palabras de Jesús en el Apocalipsis ("hago todas las cosas nuevas") son demasiado grandes. Marcel Gauchet, estudioso francés de los procesos de constitución de las democracias modernas, explica con lucidez cómo se articulaban religión y política y en qué ha devenido esta relación. La religión fue un principio estructurante de la sociedad. Ya no lo es porque la sociedad civil tiene otros modos de organización. El Estado cumple funciones que antes cumplían las religiones. Pero en esta distinción, Gauchet no sólo reconoce que el Estado ha tomado la posta de la función religiosa. El subraya que las religiones descansan sobre algo anterior, sobre un pasado inmemorial y su procedimiento consiste en asegurar la permanencia de dicho pasado. La sociedad civil reunida en torno al Estado, en cambio, una vez que adquirió su autonomía, se puso a mirar hacia el futuro. 

El ultraconservadurismo vive de un concepto de religión que no está a la medida del adulto porque se ha dejado atar por un pasado no reflexionado como ocurría en las religiones de carácter mágico. No creo que la religión sea mágica. Nuestra religión, como la mayor parte de ellas, lo fue en algún momento, pero las bases de la religión cristiana no están en un pasado inmemorial, sino en un futuro que nos llama desde hace mucho. Aun cuando haya quienes temen toda novedad porque han perdido la esperanza en la vida, no deberíamos dejarnos engañar, ni contagiar ese desánimo; y menos aún deberíamos olvidar que podemos mirar a la vez al futuro, como una sociedad civil autónoma, y conservar la necesaria dosis de animación espiritual. La Iglesia tiene y tendrá un espacio en las sociedades civiles contempoaráneas y en la constitucion de las democracias si sabe revisar sus instrumentos para interpelar al mundo. 

domingo, 1 de junio de 2014

A propósito de los Medios de comunicación

En la entrevista emitida por "Panorama" este domingo, el presidente de la República hacía un llamado a la confianza frente a la situación de inseguridad. Hizo un llamado a los medios de comunicación, como ya lo había hecho antes, para que no se difundan sólo noticias policiales. La periodista Cuevas interrumpió de inmediato para decir que esas son las noticias justificando de este modo el hecho de que se difundan tantas informaciones policiales.
Cierto, hay noticias que reflejan lo que ocurre en la calle, pero las noticias no son simplemente las noticias. Ya hace mucho hemos superado nuestra original ingenuidad frente a las "noticias" y todos sabemos que ellas son producidas de acuerdo a una tesis que se defiende o que se pretende reforzar. 
Bien harían los medios de comunicación en reconocer sus presupuestos porque sólo entonces podrán hacer una verdadera crítica de su función y podrán dar un servicio de calidad como ahora no lo hacen. Los medios de comunicación realizan una función pública, pero olvidan que su función tambien debe ser social. Me explico. Hace ya tiempo he dejado de ver los noticieros de las diez de la noche porque se dedican a exacerbar la sensibilidad. Mi única hipótesis para entender porqué nos llenan de noticias de vida privada y policial es que quieren vender más. Qué lástima. 
Los medios tienen una función social a la que han renunciado quizás porque lo ignoran. Una función social supone no sólo traducir lo privado y particular en público. La función social supone pensar en el bien común. Es decir, ¿esta noticia es relevante para el colectivo? ¿Permitirá realmente informar y construir una opinión pública? ¿Ayudará esta noticia a construir un colectivo?
Probablemente no soy exhaustivo, ni lo pretendo, pero éstas sólo son algunas preguntas que un comunicador podría hacerse antes de hacer aparecer en la televisión o en los medios algo que espera vender.