domingo, 5 de octubre de 2014

Time to heal

Mientras oía esta melodía, Time to heal, discurría sobre una frase del Cardenal Kasper que me quedó dando vueltas hace varios días: "hay quienes temen cambios (en la Iglesia) porque creen que se va a desmoronar todo". Los cambios no se hacen porque sí. Esta alternativa podemos descartarla, pero los cambios que se han preparado y razonado adecuadamente, ¿por qué no? Sin ánimo de pretender acertar en LA respuesta, pienso que una razón por la que puede haber algún tipo de resistencia a cambiar (o simplemente a renovar) es la imagen de Dios que puede haber manejado durante siglos la Iglesia, aunque no toda la Iglesia. Hay una imagen que paraliza y sobre este particular quisiera tomarme algunos minutos.

En nuestra relación con Dios hay idas y venidas que obedecen a nuestras búsquedas. En estas búsquedas acaso lo más relevante sea liberarnos de imagenes de Dios que podrían hacer de nosotros pusilánimes o incapaces de arriesgar decisiones. Por supuesto, en nuestras decisiones asumimos absolutos: no se trata de hacer como si todo diese lo mismo. Si nos ponemos radicales, habría que decir que el único absoluto es Dios y aquello que, creemos, él ha constituido absoluto: el dolor humano, la pobreza, la marginación, la vida... Estos últimos se convierten en nuestros "absolutos" y por eso podemos, por ejemplo, juzgar una guerra como algo que no puede ser, y así por el estilo.

Ahora bien, volvamos a las imágenes de Dios. En el panteón de dioses que podemos arriesgarnos a fabricar, hay un tipo que corroe nuestra confianza básica porque sólo sabe vigilar. La cuestión comienza de manera imperceptibile, casi natural. Poco a poco cedemos y en un momento determinado, aparece un dios convertido en wachimán de mala traza que sólo sabe meter palo cuando asomamos la cabeza. 

Este dios ha estado muy presente en la historia de las religiones, en especial en las monoteístas. Dicho de manera muy simplificada es el dios sagrado que asusta, espanta y fascina. Sí, también fascina porque nos lo encontramos en una relación de control-dominio a partir de la que controlaremos tanto como experimentemos sobre nosotros el control. Por eso este dios fascina porque se convierte en elespejo del poder que quisieramos tener, y que tendremos, por cierto, a través de él. Este dios es un mequetrefe y lo que no se logra entender es cómo hace para resucitar tantas veces. 

Voy a contar cómo murió este mequetrefe en el primer siglo de nuestra era; en otra oportunidad intentaré descubrir cómo volvió tantas veces a la vida. En Belén de Judá nació un hombre que hizo historia porque transformó el vocabulario a mano en ese entonces para hablar a Dios. Solamente lo podía haber hecho alguien que supiera del misterio de Dios desde las entrañas. Sabemos que es Jesús, el nazareno. En un mundo romano habitado por riadas de dioses, los judíos conservaban, acaso temerosos ante las fuerzas de ocupación, el culto al Dios de sus ancestros: Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Jesús propuso dar un giro en la relación con Dios. Sembró pacientemente intensos vínculos afectivos que sirvieran al ser humano de la calle para sentir y hablar a Dios ya no como si se hablase de una representacion o de una idea abstracta. ¿Qué trajo esto como consecuencia? Dios dejó el cielo y me metió en la barca con los pescadores, hablaba con publicanos y prostitutas, cultivaba el grano con sus paisanos, es decir Dios pasaba por las calles haciendo que el vínculo se estrechase cada vez más y lo hacía en el dia a día del esfuerzo, del trabajo, de las celebraciones. Las normas rituales y religiosas que regulaban la relación entre los fieles y Dios empezaron a colapsar porque Dios mismo estaba fundando otras normas más allá de la religión construida a la medida de las exigencias de sus creadores. Incluso las normas que regían la vida ordinaria aparecieron entonces como obsoletas o desfasadas. 

Hay que reconocer que, en muchos casos, Jesús no tenía intención de subvertir normas, pero sí había que excederlas por otro fundamento: la relación. Así las cosas, se gestaron la condiciones para que el dios mequetrefe elevará su voz encendida de celo porque se le estaba quitando el poder que ejercía sobre el mundo judío: si la mujer es adúltera, se le apedrea; si es sábado no hay milagros; si alguien tiene lepra, vaya a purificarse de acuerdo a las normas; si el marido se cansó de la mujer porque... no cocina bien que le extienda un acta de repudio, y así por el estilo. Pero la refundación de aquel loco de Nazareth estaba poniendo todo de cabeza sólo porque cambió el principio de base: la relación humana como signo de la presencia de Dios. Esto era más fácil de entender y aceptar por sus congeneres que matar a pedradas a una mujer. La ley se reveló como una abstracción que no sólo no regía el orden, sino que ignoraba por completo lo que pasaba en el día a día de las personas. Si había que tener una ley, ésta tenía que brotar de una sabiduría que "supiera" del ser humano, de sus pasiones, de sus esfuerzos, de sus dificultades y de sus grandes expectativas. Por su parte, el dios mequetrefe, asistido por sus secuaces de siempre, debía mostrar porqué era necesario conservar un orden aun a costa de hacerlo por el miedo. De todos los instrumentos que ha tenido y tiene a la mano este dios, el miedo es probablemente el más eficaz para conservar el control. No, no fue culpa de las autoridades judías. En absoluto. El mequetrefe respira a través de nuestras estrategias y necesidades de organización, sin embargo, cuando Jesús construyó una comunidad sobre la base de la regla universal de la relación, el mequetrefe se desvaneció. 

El miedo a los cambios obedece con frecuencia no sólo a un deseo ansioso por controlar, sino al temor de no contentar a una imagen divina que es de temer. Lo unico que puede seguirse de una divinidad tan pobre es el deseo ansioso de ganarse el cielo a fuerza de pura voluntad. Nadie debería creer en un dios que se disgusta porque buscamos hacer el bien en medio de una humanidad rota, pero llamada a salvarse más allá de sus méritos. Pero tampoco nadie debería dar la espalda a un Dios que ha sido el primero en mirarnos cara a cara para levantarnos cuando hizo falta. 

viernes, 3 de octubre de 2014

El Sínodo de octubre 2014

El obispo de Amberes (Bélgica), Monseñor Bonny, ha escrito recientemente un documento a modo de preparación para el Sinodo sobre la familia en el contexto de la evangelización que se celebrará en Roma entre el 5 y el 19 de octubre. Su texto es lúcido, valiente, discreto y, sobre todo, muestra toda la sabiduría del que ha estado involucrado en la pastoral y se ha dejado interpelar por ella. En varios momentos de su presentación narra casos que ha encontrado con frecuencia entre sus feligreses y plantea preguntas muy pertinentes para quienes tienen que transmitir la gracia del evangelio y la esperanza del Reino.

Ahora bien, su texto propone una posición que, como la del cardenal Kasper, aboga por escrutar los signos de los tiempos dejando que sea la experiencia de las familias la que hable en el Sínodo. De hecho, si lo recordamos, hace varios meses (noviembre del 2013) el Papa Francisco lanzó un cuestionario sobre el tema de la familia con la finalidad de preparar este Sínodo. A partir de los resultados de esta encuesta una comisión ha elaborado el documento de trabajo Instrumentum laboris. Como se explica en este documento, los temas aparecidos son tan amplios que la temática se ha tenido que dividir en dos. Por lo tanto el trabajo comienza ahora, pero deberá seguir en otra reunión en el 2015. 

¿Que puede observarse a partir del Instrumentum laboris? De alguna manera se evidencia una tensión entre la dogmática y la pastoral, es decir entre lo que la Iglesia propone y lo que viven las familias de a pie. El Obispo de Amberes y el Cardenal Kasper lo hacen notar, pero sobre todo lo pone en evidencia el documento de trabajo que han tenido que leer todos los obispos que participan en el Sínodo.

¿Cómo resolver este hiato, esta separación entre dogmática y pastoral, que podría seguir ahondándose en lo sucesivo? Por el momento, entre los obispos (que se reunirán en el Sínodo junto con otros especialistas) hay dos posiciones muy claras: hay quienes proponen reinterpretar la dogmática a la luz de la pastoral (en esta línea se encuentran Bonny y Kasper, por ejemplo) y hay quienes niegan que exista contradicción entre estos dos ámbitos. Entre quienes defienden esta posición se encuentran cinco importantes cardenales de la Iglesia como el cardenal Müller. Ellos acaban de publicar un libro que lleva por título algo así como Permanecer en la verdad de Cristo y comunicón en la Iglesia Católica. 

Pero esto no es un partido de fútbol, y por lo tanto, no se trata de hacer barra al mejor equipo. Para entender este antagonismo conviene dejar de lado los clásicos esquemas socio-políticos que dividen el mundo eclesial entre progresistas y conservadores. El Cardenal Müller, por ejemplo, ha sido considerado muchas veces como progresista y, sin embargo, escribe un libro que parece oponerse a los progresistas. Este clasico esquema socio-político me parece demasiado rígido para comprender matices que son propios de una realidad institucional como esta. Y sólo quisiera dar tres pistas para acercarse al Sínodo pensando en el antagonismo descrito antes.

En primer lugar, este antagonismo sólo puede ser favorable para permitir el advenimiento del Espiritu. Nada más alejado del Espíritu que una mole monolítica en la que las cosas están resueltas de antemano. La garantía de que habrá discernimiento verdadero es que no haya acuerdo antes de empezar. Lo que hemos leído en estos dias, hace pensar, por lo tanto, que existe un sincero deseo de buscar.

En segundo lugar, este antagonismo aparece por primera vez en el medio de un diálogo que ha comenzado por escuchar a los creyentes de a pie, a aquellos que están envueltos en las exigencias de vivir el evangelio en el día a día de su ser padres y madres. Todos esperamos los frutos de este diálogo. 

En tercer lugar, este antagonismo no debería suponer un endurecimiento de las posiciones, sino el desarrollo de profundas investigaciones sobre el tema con la ayuda de especialistas laicos y con el soporte de las ciencias humanas (historia, exégesis bíblica y patrística, filosofía, teología y ciencias sociales). Dar opiniones, sin consideraciones de fondo primero, sería una pérdida de tiempo y de la oportunidad que nos da el Papa Francisco.