viernes, 15 de mayo de 2015

Contra pusilanimitatem

El título me lo sugirió una antigua referencia que explica el sacramento de la confirmación en términos salir de un espíritu de pusilanimidad. Pero no me interesa ahora referirme al sacramento, sino al sentido que se encuentra detrás de la pusilanimidad que caracteriza al catolicismo en el Perú. En efecto, entiendo que nuestra idiosincracia tiende a estandarizar formas de estar en la vida que funcionen, aún a riesgo de que sea mediocremente. Esto es lo que ocurre con lo que quiero llamar el catolicismo estandarizado en el que un amplio sector se ha acostumbrado a estar. Entiendo que este modelo es pusilánime, enclencle o mediocre cuando no experimenta movimiento. Es pusilánime cuando, carente de cultivo, se queda en la visión infantil que recibimos todos desde el catecismo. No puedo determinar con seguridad que las migraciones de católicos hacia otras religiones, y sobre todo, hacia el ateísmo descansen en esta falta de cultivo, pero es el caldo de cultivo ideal. 

Acaso la clericalización de la Iglesia sea la primera causa de esta debilidad y de esta costumbre que consiste en no detenerse a pensar la fe. Lo que reclamo, con cierta preocupación, es que el creyente se ocupe de pensar lo que cree y no se permita a sí mismo el ocio de conformarse con respuestas a la medida de la infancia. La consecuencia directa de esta pusilanimidad es la fragilización del mensaje evangélico que ha pasado así a ser peligrosamente un instrumento para reproducir el statu quo.  

Contra pusilanimitatem: estar en contra de algo no es suficiente para considerarse un ser vivo. Es una falsa causa y revela una forma de abstracción. Pero estar contra la fe mediocre es una excelente manera de comenzar a profundizar en nuestra relación con Dios sin conformarse con respuestas que nos dejen tranquilos en nuestra posición despreocupada. Más vale no ser católico que ser uno que se conforma con mínimos.  

domingo, 8 de marzo de 2015

¿Cómo demostrar la existencia de Dios?

En el mes de diciembre del año pasado tuve un diálogo en torno a la moral atea con Helmut Kessel, que fue animado por Víctor Andres García Belaunde. Al comenzar el diálogo me preguntaron si podía demostarse la existencia de Dios. Mi respuesta fue automática y fue en este sentido: no es posible y pretender hacerlo es una pérdida de tiempo.

Algunas personas que no tengo el gusto de conocer alegaron en contra de mi afirmación por ignorar en apariencia o, por lo menos, por no servirse de los argumentos que desarrolla sobre todo la teología natural para demostrar la existencia de Dios. Quisiera explicar porqué considero que no es posible demostrar la existencia de Dios y porqué es una pérdida de tiempo querer hacerlo. Aclaremos, sin embargo, que negar la demostración no pone en absoluto en cuestión la existencia de Dios.  

1. Partamos del principio. Los clásicos argumentos desarrollados por la teología natural para "demostrar" la existencia de Dios no pretenden desarrollar una demostración en el sentido científico contemporáneo. Quienes usaron este recurso creían perfectamente en Dios y se dirigían a un público que no hubiera tenido ni siquiera la tentación que pensar que Dios fuese una quimera. Propiamente hablando, la intención de demostrar la existencia de Dios aparece en la filosofía cartesiana en el siglo XVII. Pero aún allí habría que decir, a favor de Descartes, que él considera que Dios es una evidencia racional, por lo tanto qué necesidad habría de esgrimir una prueba. 

2. Las pruebas son inútiles. Contemporáneo de Descartes, pero en las antípodas de éste, Pascal ofrece un balance sumamente crítico de todas las pruebas. Las pruebas son inútiles y no convencen a nadie, dirá Pascal. Y sostendrá que lo único que podría ser digno de llamarse prueba (pero no lo es en el universo de la teología natural) es el testimonio o la prueba moral. Dicho de otro modo, la existencia de Dios se acepta a través de la experiencia de una vida coherente. En este sentido, las pretendidas pruebas para demostrar la existencia de Dios son charlatanería. 

3. La finalidad de las "pruebas". Las pruebas que se desarrollaron sobre todo hasta el siglo XVII (aunque existen nuevas versiones y nuevos intentos como los de Lane Craig) tenían otra finalidad. Cuando Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, desarrolla las cinco vías para probar la existencia de Dios, hay que considerar que se trata de un creyente que se dirige a creyentes; no se puede hacer una abstracción de este espacio de comprensión, de este espacio "hermenéutico". Si esto es así, la finalidad no es probar que Dios existe como lo hace la ciencia desarrollando un procedimiento empírico-racional para poner en evidencia la verdad de una teoría. La finalidad de San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás, entre tantos otros es dar cuenta de lo que se cree, explicarse la coherencia de lo que se cree.

Pero las pruebas tienen una debilidad respecto de la cual los medievales tenían clara conciencia: no es posible operar una reducción lógica de la existencia de Dios. Deus est semper maior y pensar lo contrario, como lo pretenden algunos neo-teístas, es un error. Estos últimos pretenden demostrar la existencia de Dios y recurren a una creencia distinta de la profesada por la mayor parte de autores a los que se refieren acaso por un desliz en la lectura de los mismos. 

lunes, 19 de enero de 2015

Ser o no ser Charlie. Otro dilema moral

Hace ya algunos días vimos en las noticias los niveles a los que puede llegar la barbarie del ser humano. La respuesta no se hizo esperar. No sólo me refiero, por cierto, a la eficacísima intervención policial, sino principalmente a las movilizaciones pacíficas en la capital de Francia y en otras varias ciudades europeas. Bajo el lema "yo soy Charlie" millones de personas se solidarizaron e hicieron un bloque común contra la violencia. 

Durante mis ocho años en París, siempre me impresionó la capacidad de los europeos para reaccionar frente a los mecanismos antidemocraticos. Y no sólo me impresionaba, siempre lo celebraba con una secreta añoranza de lo que quería que ocurriera en esta parte del mundo. Pero hay que interpretar bien esta campaña de "yo soy Charlie", porque no creo que ella quiera avalar una forma de entender la libertad que, reconozcámoslo, es deplorable. Me he tomado varios días para mirar las caricaturas de Charlie Hebdo y después de un análisis estoy inclinado a pensar que es difícil entender este humor corrosivo; no creo que sea comprensible fuera de ciertos márgenes culturales y aún en su propio ámbito y espacio, sospecho que tendría muchos detractores. 

La sátira que usa este semanario es agresiva. Juzgar que es agresiva, me parece, es lo mínimo que puede afirmarse, sin abandonarse a la susceptibilidad. Estas caricaturas no se refieren a personas, sino a formas de estar en la vida, a formas de ser, es decir a creencias que son omniabarcantes y que involucran a grupos de personas. Parecería que lo políticamente correcto tendría más cuidado con las minorías que con los grandes sistemas de creencias. Y si es así, ¿tiene la prensa libertad o patente de corso para tomar al creyente como punching bag? ¿Es suficiente decir que sus carátulas escogían a diferentes objetivos y que criticaban a cualquiera? ¿No es acaso cierto que la sátira puede devenir en un instrumento que hace manifiesta la intolerancia o incluso el racismo? ¿No se han dado cuenta acaso que la religión representa también una cultura? Y por último, ¿cuándo afirmo que soy Charlie justifico también la subrepticia y a la vez descarada intolerancia frente a la religión? 

Pues ser Charlie no permite avalar formas de actuar que son objetivamente cuestionables y lamento que la reacción contra la violencia no deplore también el exceso de libertad, o mejor dicho, la negligencia en el uso de la libertad. Según mi modesto entender, sería vital que las autoridades competentes expresaran una palabra sobre una violencia intolerante que se escuda en una mala comprensión de la libertad de prensa. ¿Por qué? Porque de no hacerse, quienes no son Charlie, pero comparten una cultura reinvindicarán de una manera cada vez más exaltada su modo de ser. Quienes dieron muerte violenta a las doce personas en Charlie Hebdo estaban enfermas. No cabe duda. Además de fundamentalistas, estaban fuera de la realidad. Pero quienes creemos, y lo hacemos enseñando tolerancia y tenemos una sana dosis de humor e ironía no podremos estar de acuerdo con ninguna de las dos violencias aun cuando sean entre si incomparables.

Hace poco y en referencia a lo ocurrido recientemente en Paris, el Papa Francisco sostuvo que si alguien hablara mal de su madre reaccionaría dando un golpe. Las críticas no se hicieron esperar e hicieron una lectura sorpresiva: más bien debería mostrar la otra mejilla, dijeron. 

A mi modo de ver, esta crítica puede disolverse de dos modos. El primero develando un sentido menos usual de la frase bíblica y el segundo entendiendo adecuadamente lo que dijo el Papa. 
1. Partamos por la Biblia. El fundamentalismo descansa sobre interpretaciones de carácter literal de la Biblia (o de cualquier libro sagrado). ¿Qué significa esto? Significa que cuando se cita a la Biblia debe observarse el contexto. La dificultad de interpretar la Biblia está, entre otras cosas, en que es necesario obedecer a la intra y a la intertextualidad. En el caso concreto, tanto Lucas como Mateo tienen una frase análoga sobre la mejilla. Mateo, sin embargo, se refiere a una acción judicial que rompe la ley del Talion; Lucas se refiere a una agresión sufrida y ante la cual puede resistirse sin violencia. Para el presente caso, entiendo que se aplica mejor el texto de Lucas. Con todo, el único pasaje bíblico en el que Jesús recibió una bofetada es durante la pasión (Jn. 18,22) y no ofreció la otra mejilla, sino que puso en evidencia la irracionalidad del castigo. En este sentido, y dejando de lado la letra del texto, poner la otra mejilla significa resistir al mal y a la violencia y oponerse a ella sin usar sus formas. 
2. Lo que dijo el Papa. Habría que estar muy confundido para pensar que el Papa desearía de algún modo incitar a la violencia. Admitamos que el símil no es el más feliz, pero es evidente que lo que está diciendo es que la relación que establece el creyente con sus creencias es tan vital y afectivo como el que tiene el ser humano con su madre. Este recurso es una simple analogía que no pretende justificar la brutalidad del asesinato, pero que tampoco puede hacerse de la vista gorda frente a la agresión de Charlie Hebdo. 

Ser Charlie es rechazar la barbarie; no ser Charlie es rechazar la intolerancia. Y en ambos casos, lo único que no admite dudas es que la paz necesita de todos.