sábado, 6 de agosto de 2016

13A Ni una menos

Este día 13 de agosto lo vamos a recordar todos. Una de las características de una sociedad que vive bajo tutela es que no tiene capacidad para organizarse, para manifestarse. Pero una acción de este tipo es la mejor muestra de que la sociedad civil ha ido haciéndose cada vez más dueña de su destino. 

Las mujeres se manifiestan porque durante siglos se ha vehiculado una imagen terrible de la mujer: objeto, subordinada, llena de fragilidades, etc. Ya no es suficiente con decir resignadamente como se ha hecho muchas veces "es que las sociedades latinoamericanas son machistas"; en adelante decir eso y sentirse satisfecho será mediocridad y estupidez. Por supuesto que nuestra sociedad es machista, pero no se puede aceptar como hecho inamovible. Los males sociales, como el machismo, existen porque han sido capaces de reproducirse a lo largo de años de permisibidad y de complacencia. Para erradicar, o por lo menos tener a raya, el machismo habría que poner en revisión la imagen de la mujer que circula como parte de nuestro inconsciente colectivo. Y pienso que para que haya una imagen justa de la mujer hay que confrontar al machismo imperante con todas sus pobrezas.

En este sentido, el machismo es conservador porque quiere mantener su hegemonía. Machismo que exacerba los sentidos con reggetones que explícitamente incitan a la violencia sexual ; machismo de los baños de "caballeros" donde a despecho de algunos la horda allí congregada grita a voz en cuello su virilidad; o del prepotente que se impone porque es más fuerte; machismo del que el burdel forma parte de su natural porque "tiene necesidades"; o del que conserva y mantiene a su mujer y a la sucursal con la complicidad de los "amigos" incapaces de decirle que debe ocuparse de los suyos. Denso, ¿no? Pero si no atacamos al machismo en su estilo de vida, no cambiaremos la percepción sobre la mujer y la "cultura" de la frivolidad seguirá garantizando que la mujer sea tratada como prolongación exitosa del bacán, o como utensilio de cocina, o como cualquier otro objeto cuya dignidad resulte anecdótica.

¿Cómo ha venido a durar tanto tiempo el machismo entre nosotros? En primer lugar porque se ha introducido en la psique, en el lugar en el que se producen los deseos y se ha convertido en un producto consumible. ¡Cuántos años hemos soportado las absurdas publicidades de la cerveza Cristal! Es verdad, parece que ya no lo hace, pero todavía lo recordamos, ¿no? Lo digo a propósito de ese concepto manido de recordación de la marca. Si no fuera por la formación que recibí en mi casa y en el colegio probablemente creería que "mujer" es el nombre de un objeto más o menos articulado y que se puede consumir a granel sin perjuicio ninguno. En segundo lugar, el machismo se enquistó entre nosotros porque se vinculó con el humor criollo cuya chispa celebramos con frecuencia. Ese humor merecería otro tanto de estudio porque nos ha hecho sobrevivir en tiempo de crisis, es verdad, pero su permisibidad es nefasta. El humor criollo puede convertirse en una herramienta legitimadora de los abusos contra la mujer porque, después de todo, puede dar risa (a mí, por cierto, no me da risa). En tercer lugar, lamento decirlo, pero creo que algunos medios de comunicación tienen responsabilidad directa en el fortalecimiento de las estrategias machistas. Puedo poner ejemplos si me lo permiten. ¿Por qué la famosa página de malcriadas en algunos diarios (el Trome) o revistas (como Caretas)? Quizás eso no llegue a ser pornográfico, pero sí es vulgar y condena a la sociedad a consumir sin un mínimo de exigencia. No se niega que pueda haber en la cultura una referencia a lo erótico que guarda, sin duda alguna, una relación con lo estético, pero no me digan que poner malcriadas en las últimas páginas tienen algo de estético. Más bien forma parte del mismo conservadurismo (en este caso conservar el consumo medio para seguir vendiendo) del machismo que ya se ha agotado. En este sentido, liberarse del machismo exige imaginación para reinventar hasta el modo de vender diarios.

Ignacio de Loyola solía decir que el mal actúa tratando pasar desapercibido, o sea caleta, pero que se desinfla en cuanto de pone en evidencia, es decir cuando le dicen: "ampay". Este es el comienzo de su desmontaje. Cuando las mujeres deciden marchar en la calle y dicen "basta" ponen en evidencia todas las pobrezas de los machismos de antaño y comienzan a desarticular las estrategias tejidas a lo largo del tiempo por el mal. 

Para que no parezca que sólo me quedo en el problema quisiera terminar con algo positivo: no habría manifestación el 13 de agosto si no fuera posible cambiar las cosas; si no hubiera entre nosotros la capacidad de mirar las limitaciones y de proponernos hacer mejor las cosas, pero la toma de conciencia supone a veces más tiempo del que creemos.


domingo, 21 de febrero de 2016

Robando el cielo

Toda religión tiene alguna noción análoga a la salvación. En términos muy elementales, la salvación es una situación específica de felicidad incomparable. Para acceder a la salvación, las religiones se articulan en torno a tres mediaciones características: una comunidad, una ley y un camino. En efecto, como señaló Michel Meslin, toda religión se aglutina en torno a una comunidad, se estructura en virtud de una ley y ofrece un sentido, un camino. Estas tres mediaciones se agrupan para orientar al creyente hacia un fin determinado que hemos convenido en llamar "salvación". 

Hay que decir que las religiones no han inventado el sentido último de salvación. Se trata de un "dispositivo" propio del ser humano. Me atrevería a decir que existe una regla de proporcionalidad: tanto más experimenta el ser humano su estado de contingencia, de finitud tanto más aspira a un sentido que está más allá de dicha experiencia. No se trata de una simple negación de la contigencia a través de un juego de inversión. La finitud misma alberga un más allá sin el que no sería posible reconocerse como contingente. Esto es precisamente lo que llamamos sentido: junto con el hecho de la conciencia de la contigencia sobreviene un sentido último. Es decir, en un hecho de contingencia viene el hecho de su exceso como reverso de lo mismo. Ese exceso que albergamos es lo que anuncia el deseo de salvación.


La salvación puede expresarse en términos de un conocimiento profundo de sí mismo o como una vida después de la muerte, pero lo cierto es que, estas nociones reflejan que existe una esperanza muy propia del género humano y que revela un intenso deseo de felicidad.


Pero ¿a quién parece importar la salvación en nuestro tiempo? ¿Alguien se atormenta acaso con la posibilidad de los horrores de la condenación? ¿Alguien pierde el sueño imaginando cómo hacer para salvarse? ¿Alguien ha conservado este deseo de exceso que va más allá del hecho de la contingencia? En efecto, la respuesta es no. En algún sentido, debemos alegrarnos de saber que no nos atormentamos con la idea de la condena. Pero la salvación, como deseo y deseo de excedencia, ¿no se ha perdido también?¿Acaso hayamos encontrado la forma de responder a este deseo que excede nuestra finitud o contingencia? Y si es así, ¿qué es lo que lo habría reemplazado? En la mayor parte de los casos, ese deseo ha sido reemplazado por productos, constructos, objetos y cosas que parecen robar el deseo de exceso y lo llenan a pesar de que este no se identifica con ninguna de las cosas, objetos, constructos o productos que han venido a saturar nuestra vida. 


Más allá de Freud, el ser humano es deseo. Este revela, es verdad, una carencia, una finitud, pero lo hace porque evidencia un apetito por un más allá. Alguno podría decir que se trata de un espejismo y que del hecho de desear un más allá no se sigue que éste exista. Es verdad, pero hay que reconocer que las sociedades contemporáneas han producido un conjunto de objetos a la medida de este deseo para ofrecer un bálsamo, y eso da que pensar. Lo que hacen las religiones es insistir en que este deseo es un hecho y que es también un hecho experimentarlo, pero pretender satisfacerlo con lo que producimos nosotros mismos (como lo hace la sociedad de consumo) no es más que un esfuerzo banal por tapar una realidad que ha producido admiración desde siempre.