lunes, 21 de marzo de 2011
Tener FE
Creer no es exactamente lo mismo que tener fe o, mejor aún, la fe no es la creencia. Ambas expresiones son posibilidades que se ofrecen a cualquier persona. Es cierto que en la mayor parte de los casos usamos las dos expresiones como sinónimos y esto se debe a una historia de los términos que conviene conocer para entender la conveniencia de su diferencia. La fe no se refiere necesariamente (pero sí sociológicamente) a una confesión religiosa. Uno tiene fe en las matemáticas o en su amigo. A decir verdad, la fe manifiesta una relación de confianza, y por lo tanto, se entiende como la actitud de confianza. Y se trata de una actitud racional del mismo modo que resulta irracional desconfiar de algo evidente. Si un matemático no tuviera una confianza elemental en sus matemáticas no sería capaz de hacer el más mínimo cálculo. Mutatis mutandi, sin confianza nadie puede dar un paso detrás del otro. Algunos especialistas de la psicología, como Fromm o Winicott, han razonado en este sentido, y en efecto, la relación afectiva que se gesta en el infante hace crecer la confianza, la racionalidad de la confianza, pero también es cierto que el todo no se juega en la relación inicial entre una madre y su niño. B. Cyrulnik se ha dedicado a estudiar las situaciones de resiliencia que, después de todo, muestran la capacidad del ser humano para rehacerse a pesar de la adversidad. Estas situaciones hacen pensar que es posible entrar en la confianza en cualquier momento, incluso cuando el partido parece que ya se ha jugado. Vivir en la confianza no constituye un acto que dependa totalmente de la voluntad: puede ser que alguien quiera positivamente tener fe y que, al mismo tiempo, le sea inevitable experimentar que el piso debajo de sus pies se desliza. Tener fe, confiar, supone asentir, aceptar una suspensión. Esto es lo que de una u otra forma decía Kierkegaard cuando hablaba del salto mortal de la fe. Precisamente por esta razón, nada de lo dicho niega la teología católica en la que la fe se entiende como virtud teologal, es decir como don deseado por Dios para sus criaturas. Al contrario, aunque la fe pueda explicarse a través de procesos antropológicos y sociales, puesto que se mantiene más allá de mi voluntad, no deja de ser un misterio. Alguno podría decir que tiene razones para no confiar, pero confía como a pesar de sí mismo, y viceversa, muchos tienen todas las razones educativas y sociales para confiar, pero no pueden hacerlo. Esta actitud de la que no podemos disponer enteramente según el libre albedrío y que sin embargo trabaja desde allí nos remite a una paradoja. Y puede decirse que una de las formas a través de las cuales se manifiesta el misterio es la paradoja. Bien sabemos que la paradoja es la situación lógica que resiste al pensamiento, en especial al conceptual. Es decir, la paradoja se presenta como un problema sin solución. Es cierto, ni todas las paradojas son manifestación del misterio, ni se manifiesta el misterio necesariamente a través de ellas. Recuerdo una paradoja sobre la omnipotencia divina que decía algo así: ¿puede Dios crear una piedra tan grande que él mismo no sea capaz de mover? Si puede hacerlo, habría algo que no podría hacer. Si no puede no es omnipotente. Una paradoja como ésta, sólo es un entretenimiento que, en el mejor de los casos resulta, jocoso. Carece de hondura, quiero decir no dice absolutamente nada de mi existencia: no la cuestiona, no la enriquece, no le propone fines más allá de sí misma. El misterio se manifiesta como paradoja cuando corroe mis certezas, cuando compromete mi posición hasta hacerla inconfortable. Es el caso de Abraham…
domingo, 6 de marzo de 2011
¿Qué es mistagogía?
Me decidí a llamar a este blog mistagogía. La palabra significa algo así como “inducción en el misterio”. Supone por lo tanto una conducción hacia el sentido primero del misterio. Pero con esto no pretendo decir que conduciré a alguien hacia aquel. Esto, por fortuna, no depende de mí. Visto desde el misterio, uno se deja conducir hacia él; es él quien se muestra. ¿Qué busco en este blog? Pensar los modos a través de los cuales este misterio atrae hacia sí. Y pensar, por lo tanto, cómo se nos aparece, cómo aparece aquello que en ningún caso he de prever. El misterio es imprevisible y por eso nos desesperamos al experimentarnos en un tiempo que no puede juzgar de otro modo que a través de nuestra impaciencia. La primera lección que da a conocer el misterio: hay que esperar
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