domingo, 2 de octubre de 2011

Especie violenta

Hace una semana una horda causaba desmanes durante un partido de fútbol y perpetraba un asesinato. De manera absolutamente consecuente con el modus operandi de una horda, nadie era capaz de hacerse responsable de la víctima.

Ayer conversaba con un taxista y me decía que esa violencia “ya viene de la casa”. Y en parte es cierto, pero la casa como espacio original de socialización es cada uno con su atadura a la especie. Y nuestra especie, después de todo, es animal.

Kant escribió un libro titulado: Sobre el mal radical en la naturaleza humana. En este libro explicaba que nuestra disposición al bien no se ve libre de nuestra inclinación al mal. Tenemos una triple disposición: a la animalidad (tendencia a conservar la especie), a la humanidad (tendencia a la identificación y comparación) y a la personalidad (el hecho de poder responder por los actos). Nuestra disposición a la animalidad puede devenir en brutalidad y violencia. Nuestra disposición a la humanidad puede devenir en envidia y rivalidad. Pero el foco de la moralidad, la personalidad, es incorruptible. Por eso siempre es posible esperar que el ser humano acepte y asuma su responsabilidad. Los asesinos de Walter Oyarce no han sido todavía capaces de reconocerse culpables. ¿Creerán que se trata de un juego, que basta con un poco de astucia y serán librados del entuerto? Sin duda, estos muchachos no se han tomado en serio nada de lo que han hecho en estos últimos días y sólo tienen como cometido “salvar su pellejo”. A la pobreza de violentar a otros y de asesinar, se suma ahora, el cinismo de quienes estuvieron implicados en la refriega.

La especie humana puede incurrir en esta y en todas las violencias. Por algo decía Pascal que el ser humano tiene de ángel y de bestia. En efecto, el ser humano siempre tendrá la posibilidad de ceder ante ese sí mismo descontrolado. Con todo, no es esta posibilidad del mal lo que debería imponérsenos. Nuestra especie es mucho mejor. Por ejemplo, la masiva reacción en contra de este salvajismo es la mejor expresión del optimismo que tiene el ser humano en su especie. Sabemos que podemos ser mejores. Pero, en este mismo sentido, es necesario sancionar. Una sanción confirma la confianza en la bondad de la especie humana. Si esto no fuera así, nos contentaríamos con esperar la oportunidad propicia para cobrarnos el asesinato. La sanción desde el aparato de la justicia trasciende la tentación de la represalia. Creo que algo de esto expresó el padre de la víctima cuando dijo que esperaba que esta muerte se transformara en un freno a esta violencia. Hay que saber decir a otros que nuestra especie se irguió y se paró en dos patas no sólo por puro mecanismo evolutivo; su gesto debe poder representar su deseo y esperanza de elevarse. Y si pudiera seguir elevándose descubriría que la bestia cede ante el ángel que también alberga en su casa.

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