Pero aquí tenemos un problema. La sociedad habla del valor de la verdad como si ésta sólo consistiese en tener el coraje de exhibir públicamente la vida privada. Y no sólo la propia, por cierto, sino también la de los otros que por desgracia aparecieron en el camino del ocasional testigo. En la hermenéutica bíblica, éste sería un falso testigo y un falso testimonio porque no persiguen el bien común. La verdad en el universo judeo-cristiano no es un concepto aprendido como aprendemos una fórmula matemática, la belleza de una obra de literatura o un concepto. La verdad sería más bien un ejercicio comunitario a través del cual se construye el bien común. Sí, la verdad en el contexto judeo-cristiano es un ejercicio cívico y ciudadano a través del cual la historia se acerca más de una noción ideal de sociedad. Por eso, la verdad apareció pronto como una relación. Pero ¿en qué consiste este ejercicio?
Pienso que este ejercicio es una disciplina espiritual. Es disciplina porque reclama que dirijamos nuestra energía vital hacia la construcción de una fraternidad universal. Y es espiritual porque debe estar desasida de todo ego que traicionaría al bien común. Esta verdad libera, pero está tan lejos de nosotros como el proyecto ideal de una ciudad lo está de nuestra realidad. Con esto no quiero decir que la verdad sea irrealizable; sólo estoy explicando que ella es una conquista, cierto, pero no sólo personal. Tomar conciencia de las implicancias de la verdad y saber que todos participamos en la construcción de la misma podría hacer cambiar nuestra manera de estar en la vida. Si me dedico a defender "mi verdad" no estoy defendiendo nada, sólo trato de justificarme. ¿Y por qué justificarme? Porque estamos expuestos y nos sabemos frágiles. Frente al riesgo de sólo justificarnos tenemos que aprender a conversar con la idea de hacer más divertida esta conversación y esto ocurrirá si tomamos en cuenta que podamos llegar a acuerdos. Otra conversación sería perder el tiempo y aburrirse.
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