miércoles, 31 de diciembre de 2014

Al final del 2014

El evangelio del 25 de diciembre trae el solemne inicio de San Juan: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Frente a los otros tres evangelios que describen la historia de Jesús al familiarizarnos con las condiciones de su venida, este evangelio “completa” la información y eleva la descripción hasta el origen divino, hasta un origen no conmensurable. Por la pluma de San Juan podremos entender lo que señala el areopagita: "el ser de todas las cosas es la divinidad que está por encima de todos los seres" (Scoto: 253). Y es que, en efecto, El (Jesucristo) desciende solo y asciende con una multitud. "De los hombres ha hecho dioses quien siendo Dios se hizo hombre" (Scoto: 307). Este es también el destino de cada uno.  

Aunque es San Mateo quien hace manifiesta la genealogía de Jesús, Lucas y Marcos se sitúan en una perspectiva análoga a la suya que consiste en precisar cómo fue el nacimiento de Jesús: hay más detalles, más descripciones, más narrativa. Es como si quisieran responder al creyente de aquel momento que se pregunta de dónde procede su fe. Y la respuesta se reconoce en la narración: la fe viene de más atrás, por eso hay que hacer historia, especialmente si esto supone detenerse en una genealogía. En el lenguaje bíblico la sucesión de nombres en la genealogía no es banal.
  1. 1. La genealogía está asociada al engendramiento. Cada nombre viene de otro que lo precede y al recomponer esta generación podemos ver un hilo compuesto de personas que se conservan unidas entre sí. Se funda de esta manera una solidaridad. Jesús está igualmente asociado por solidaridad con un grupo, con un pueblo y con una cultura, pero al mismo tiempo hay un salto, una ruptura a la que me referiré enseguida.
  2. 2. Estas generaciones constituyen la historia. La historia no es el conjunto de hechos, sino el conjunto de nombres cuyos rostros evocan también la presencia de Dios. Las generaciones se unen para “cantar a Dios y sus obras” (Sal. 145,4). Pero si lo que nos une es esta solidaridad, también habremos de ver que estamos unidos a una generación bendecida o que ha rechazado a Dios.

Hay más de una moraleja a extraer de la idea de la genealogía. Solemos pensar en el tiempo como un depósito en el que ponemos hechos; los hechos del año transcurrido, por ejemplo. Pero esta visión tal vez no nos haga ver que somos actores de los hechos; mejor todavía, que estamos llamados a ser actores y que en cada fragmento de tiempo ha habido numerosos actores. Cada nombre en la genealogía despliega una singularidad que permite entender no sólo que estamos en el 2015, sino de qué modo estamos en él. No debería terminarse un año de nuestra vida sin mirar de dónde venimos. Y venimos de muchas voces. Muchas han sido motivo de consuelo; pero también está esta otra parte que ocurre, a veces a despecho de nosotros, y respecto de lo cual no podemos eximirnos. Sólo en este secreto reconocimiento sabremos confrontarnos con las dimensiones más duras y cruentas de nuestra historia para exigirles finalidades. Negarnos a confrontarnos con estas dimensiones, es olvidar que estamos atados a nuestra genealogía por lazos que exceden la sangre y es además condenarnos a no poner las finalidades que harán advenir el Reino de dioses constituido por el Primero y el Unico. 

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