Lo que la fe cree que está por encima de todo está también ciertamente por encima del discurso. Aquel que intenta comprender lo Infinito a través del discurso ya no lo considera como si estuviera más allá de todo; éste lo asalta a través de su discurso imaginando que lo Infinito es tal que su discurso es capaz de explicarlo cuantitativamente y cualitativamente... Este es el Bien que hemos aprendido a “buscar” y a “respetar”, respecto del cual se nos aconseja estar fijados y atados, está por encima de lo que aprendemos porque está por encima de la creación. ¿Cómo podría nuestro pensamiento, que camina en el espacio del intervalo, cómo podría asir la naturaleza que no puede comprenderse en el intervalo? El pensamiento avanza con el tiempo escrutando sin cesar analíticamente sus descubrimientos más antiguos. El recorre con atención todo lo que es conocido, pero para recorrer el pensamiento de eternidad no encuentra ningún medio que le permita mantenerse fuera de sí mismo ni de establecerse por encima de la duración de los seres que él ha contemplado primero. Esto es como el caso de aquel que se encuentra en la cima de una montaña: supongamos que tenga por debajo una roca lisa y cortada a pico que se extienda hacia abajo sobre una longitud infinita, con una forma derecha y firme, y que en lo alto tenga en su cima a esta punta que con la entrada de la roca escarpada se inclina hacia el inmenso abismo; el sentimiento natural de aquel que al filo del precipicio siente que la roca se inclina hacia el abismo y que no encuentra ningún soporte para su pie y ningún asidero para su mano, es a mi parecer el sentimiento que experimenta el alma que sobrepasando lo que es accesible por los conceptos propios al intervalo buscar la naturaleza que ha precedido al tiempo y que no es comprendida en el intervalo. No habiendo nada que tomar, ni lugar, ni medida, ni ninguna otra cosa que sea capaz de recibir el proceso de nuestro pensar sino deslizándose por todas partes sin encontrar agarradera, el pensamiento es atrapado por el vértigo, desamparado y se vuelve una vez más hacia lo que tiene el mismo origen que él y se contenta respecto de lo que está por encima de él con conocer justo lo suficiente como para estar convencido de que no hay otra cosa que la naturaleza de las cosas conocidas. Asimismo cuando el discurso se dirige hacia lo que está en el discurso es “el momento de callarse” y de guardar en el secreto de la conciencia (sin poder interpretarlo) el asombro delante de este Poder indecible sabiendo que incluso los grandes profetas decían las obras de Dios sin decir Dios con estas palabras: “¿Quién expresará el poder del Señor?” y “Yo contaré todas sus obras” y “de edad en edad alabaré tus obras”. Ellos hablan de las obras.
Sin embargo cuando su discurso se refiere a aquello que está por encima de todo pensamiento es por el contrario el silencio lo que ellos erigen como ley. Y dicen en efecto: “la grandeza de la gloria de la Santidad no tiene límite” ¡Oh maravilla! ¡Cómo ha temido acercarse a la contemplación de la naturaleza divina el discurso que en realidad ni siquiera ha comprendido la maravilla de esto que es contemplado desde el exterior! No dice que no haya límite a la esencia de Dios juzgando totalmente audaz el hecho de acceder a esta idea, sino que se asombra en su discurso de la grandeza gloriosa que contempla. Por el contrario, no ha podido ver la gloria de la esencia ella misma y está atrapado por el estupor concibiendo la gloria de la Santidad. ¡Se ha abstenido, y cuánto, de especular sobre lo que es la naturaleza, aquel que no ha sido capaz de asombrarse de las manifestaciones últimas! ¡Porque no se asombra ni de su Santidad, ni de la gloria de la Santidad, sólo se ha propuesto asombrarse de la grandeza de la gloria de la Santidad! Ocurre que no ha entendido por el pensamiento el límite de aquello de lo cual se asombra. También dice éste: “La grandeza de la gloria de la Santidad no tiene límite” (Gregorio de Nisa, Séptima homilía sobre el Eclesiastés).