domingo, 15 de junio de 2014

No habrá paz, sin paz entre religiones

Una de las líneas de la política vaticana que el Papa Francisco ha introducido es la de propiciar encuentros entre los líderes de las diferentes religiones, especialmente entre las tres religiones monoteístas. Esto no es fruto del azar, sino de una intención y de una toma de conciencia que no puede producirse sin asumir una responsabilidad. Las religiones pueden ser parte de la respuesta a la violencia. 

Este argumento tiene que fundamentarse especialmente cuando hoy se habla de secularidad. En efecto, vivimos tiempos de secularidad, esto supone que, desde lo ocurrido en Europa occidental, tendemos a decir que la religión y la política se fueron separando progresivamente hasta aceptar la autonomía de la política frente a la religión. Pero seamos sinceros, esta autonomía no es un hecho absoluto. En general, la secularidad consiste en que las religiones han perdido su exclusividad en la organización de las sociedades. La invencion del Estado desplazó a las religiones porque, desde que este apareció, ha sido posible imaginar un colectivo social que se da a sí mismo sus explicaciones y su organización. Cierto, las religiones ceden parte de sus funciones a los Estados, pero esto no quiere decir que las religiones se hayan extinguido: han mutado. Por supuesto, sigo pensando en religiones que están especialmente relacionadas al Occidente y a su influyo mundial. En otras palabras, no ignoro que el Islam persevera en su propósito por organizar la vida civil en los lugares donde ella existe. 

Ahora bien, el modo como entendemos la secularidad en Occidente ofrece una dificultad cuando a partir de un hecho se deduce un principio. El hecho es que la religión ya no organiza la vida pública como podía haber ocurrido hace algunas décadas. Ese hecho está frente a nosotros y no merece la pena que nos opongamos a él: Contra facta non valent argumenta ("contra los hechos no caben argumentos"). Pero deducir de ello, un principio según el cual la religión y la política deberían separarse es una ingenuidad. En primer lugar, porque es un imposible. Es cierto que uno puede concebir una separación entre instituciones: Iglesia, Estado, etc., y quizás sea recomendable, pero la política y la religión son dimensiones que forman parte de nuestra forma de estar en la vida, y por lo tanto, tenderán a entremezclarse. Y puesto que son dos dimensiones que son, a la vez, privadas y públicas habrá entre ellas muchas relaciones, e incluso, interferencias. En algunos casos, sólo habrá interferencias, por cierto. Pero no nos ocupemos de estas ahora.

Es una ingenuidad, en segundo lugar, porque se olvida el modo en que se desarrolla un ser humano articulando sus diferentes dimensiones y, en tercer lugar, porque, nunca antes como hoy, la globalización ha hecho tan palpable que, sin resolver los problemas entre religiones, ningún mundo político será posible. Lo que hizo la secularidad no es desaparecer las religiones. No creo que esto pueda ocurrir. Más bien, por la secularidad, las religiones se han insertado en el seno de los sistemas democráticos y como cualquier ciudadano o institución, podrán hacer uso de su derecho cívico para participar ya no como poseedoras de la verdad sobre el mundo, sino como instituciones que animan y aportan una tradición. 

La secularidad es un hecho. Nos ha conducido a ver cómo la religiones cedieron, paulatinamente, la administración del poder a los Estados. Sin embargo, ellas no han quedado al margen porque les corresponderá asumir su parte de responsabilidad en la estructuración de una paz durable. Este es su rol en medio de la sociedad democrática. Desde esta responsabilidad podrá juzgar moralmente a la historia y a la política. Renunciar a su responsabilidad le haría perder su posición propia en la democracia, le impediria hacer cualquier juicio moral sobre la historia. Todo lo contrario ocurriría: las religiones sucumbirían bajo el juicio que no estuvieron a la altura de ofrecer. Tal vez podemos adivinar esta pregunta final: ¿y por que las religiones podrían hacer un juicio moral de la política? Porque las religiones son el otro de la política. La política surgió frente a las religiones y no puede justificarse a sí misma porque validaría precisamente lo que no queremos: la violencia. Y tal vez habría que pensar si no será el sistema democrático el que haga que, a su vez, las religiones no se desborden en contra de la paz. 

1 comentario:

  1. Te felicito Rafael por este escrito. Tanto para las posiciones religiosas que pretenden recuperar el poder político e imponer desde de él su verdad como para los que pretenden extirpar totalmente la influencia de las instituciones religiosas en la sociedad, la reflexión sobre la secularidad es capital si queremos contribuir a garantizar la paz en el mundo en esta época en la que la barbarie, la intolerancia religiosa y política, vuelve a asolar la humanidad. Especialmente destaco de tu contribución tu afirmaciones: "más bien, por la secularidad, las religiones se han insertado en el seno de los sistemas democráticos y como cualquier ciudadano o institución, podrán hacer uso de su derecho cívico para participar ya no como poseedoras de la verdad sobre el mundo, sino como instituciones que animan y aportan una tradición", "y tal vez habría que pensar si no será el sistema democrático el que haga que , a su vez, las religiones no se desborden en contra de la paz.".

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