El 5 de octubre próximo se realizarán las elecciones municipales y regionales. Tenemos frente a nosotros una nutrida batería de candidatos con toda la intención de cumplir con su propósito de vencer en estas elecciones. Me imagino que estos días debemos ponderar con seriedad no sólo por quién votar, sino cuál es nuestro rol como ciudadanos. En este sentido, quisiera detenerme en tres puntos que he estado pensando en estos días. Me refieriré a los discursos de los candidatos representados por sus promesas, a los gestos que los traicionan y a sus estrategias que revelan el deseo de poder.
1. Las promesas evidencian muchas veces un abuso de la imaginación. Ya hemos escuchado en otras oportunidades los ofrecimientos más alucinantes. Con ellos, evidentemente, sólo se busca persuadir. Pero precisamente por esta razón puede decirse que las propuestas revelan el modo de relación que establecen los candidatos con sus electores. Para muchos de ellos, los electores sólo son el instrumento para ganar. En otras palabras estos candidatos no han pensado en otra cosa que en su propio proyecto; de allí pues el abuso de la imaginación. En el caso opuesto, hay candidatos que reducen su discurso produciendo una especie de minimalismo verbal: sólo obras. Por supuesto que queremos obras, por supuesto que las necesitamos, pero las obras no tienen razón de ser si van al acaso o si carecen de una dirección y sospecho que lo que caracteriza al ser humano es la capacidad de plantearse finalidades y un modo razonable de llegar a ellas. En este sentido, entre la opción en la que la imaginación se desboca para instrumentalizar al elector y la reducción de ésta a su mínina expresión, los candidatos tienen el deber de explicar un proyecto ciudadano.
2. Los gestos dicen mucho. Aunque no siempre somos conscientes de nuestro lenguaje corporal, decimos y expresamos muchos cosas más allá de las palabras. Un saludo tenso, una sonrisa fingida, una mirada de más, etc. Hace unos días escuché a un candidato decir (sólo lo parafraseo): "voten o no voten por mí, seré el presidente regional". ¡Caramba, qué lucidez! Lo expresado en este caso va más allá de lo dicho. En efecto, supongo, en primer lugar, que la condición para salir electo es que la mayoría vote por un candidato, a menos que se haya pensado en una estrategia, no precisamente legal para ser el ganador. Ahora bien, en segundo lugar, es cierto que lo que quiso expresar este candidato es que se siente seguro del voto de los suyos. Pero claro, su modo de comunicarlo resulta, cuando menos, incómodo para el electorado, por no decir impertinente. Un candidato como este se ha puesto acaso por encima de los suyos. No dice "cuento con ustedes" dice "ustedes son innecesarios". Pero poco importa porque el electorado igual lo premia. No voy a analizar todos los gestos que hemos visto en este proceso, sobretodo porque muchos de los ejemplos que me vienen a la memoria conciernen el caso de Lima. Prefiero decir que deberíamos incluir en nuestro ejercicio de discernimiento para elegir una percepción más aguzada sobre los gestos con los que se expresan los candidatos.
3. Las estrategias son el ejercicio típico de una guerra. Si bien la política debería desarrollar el arte del buen gobierno centrado en el bien común, en la práctica deviene en la sola administración del poder. Esto hace de la política una amenaza permanente para la democracia sobre todo en nuestro medio ya que, es mi opinión, no tenemos el hábito de ejercer los límites. En este sentido, nuestra democracia suele aparecer como la elemental valoración de libertades ciudadanas. Esta valoración, lejos de fortalecer la democracia, la desintegra en la multitud de demandas particulares. Ahora bien, me parece evidente que hay quienes se esforzarán en debilitar la pertinencia de los límites, a través de la vulgar transgresión, con el fin, consciente o no, de dejarnos expuestos a la voluntad de poder del primero que pase por el camino. La ruptura de los límites hace que busquemos siempre un mesías que resuelva las cosas.
La política en nuestro país todavía es un peligro. Quizás por eso, aunque en otro contexto, decía el filósofo Levinas que la política es el arte de vencer en la guerra. Y por eso, dejó entender también alguna vez, que la política no era conciliable con la moral. Triste, ¿verdad? Pero, ¿no es lo que vemos cada vez que hay campañas?
Tanto hemos perdido la noción de los límites que estamos dispuestos a afirmar que un candidato roba, y creyendo tal cosa, sin embargo estamos dispuestos a votar por él porque hace obras. Ningún ciudadano con la certeza de que una persona roba, puede votar por ella a no ser que este elector sea un terrorista. Si los ciudadanos no son capaces de ejercer su ciudadanía poniendo los límites necesarios por el bien de la democracia, ¿no habrán renunciado explícitamente a su propio ejercicio democrático?